jueves, 28 de agosto de 2014

Roadtrip: siguiendo el sol

Nos acercamos a Mónaco recorriendo un paisaje verde y azul atravesado por decenas de túneles y viaductos que hacen posible la autopista que viene de Génova. El Ararat queda muy lejos, no sólo en kilómetros sino también en sensaciones. Parece que estuve en su cima hace meses. Sin embargo, salimos de Dogubeyazit en dirección oeste hace sólo nueve días. En la ruta de vuelta dos objetivos claros, Capadocia y Venecia, y la decisión de no volver por el mismo camino en la medida de lo posible. Nos despedimos del este de Anatolia visitando el palacio de Ishak Pasha, una joya perdida en esta esquina de Turquía. Resistiendo la tentación de atravesar la frontera iraní emprendemos viaje hacia el centro de Anatolia. Kilómetros de altiplano, mezquitas, carreteras de doble carril, camiones turcos, o de Georgia, Irán, Azerbayan, y rebaños cruzando al atardecer. Descansamos en Capadocia y disfrutamos tanto del paisaje como del espectáculo de los globos al amanecer. Grandioso bajo el cielo azul del verano.
Desde Capadocia diseñamos una estrategia para intentar evitar el atasco de Estambul. Tiempo perdido. El destino tiene otros planes para nosotros y acabamos atrapados en el atasco de Estambul y cruzándolo de noche. Exactamente lo que todas las guías de viaje recomiendan no hacer. No importa, atravesar el Bósforo de noche es mágico, incluso rodeados por miles de coches. Estambul nos despide con sus mejores galas de ciudad moderna y pujante, exhibiendo su poderío financiero y comercial. Parece a años luz de la Turquía oriental. Todavía tenemos esa imagen cuando llegamos a la frontera con Bulgaria, con la UE, que por contraste parece muchísimo más pobre. Un país nuevo en este viaje loco, con carreteras y coches que recuerdan a la España de los años 70, pero que nos pilla cansados. A media tarde, y sin planearlo, encontramos un sitio perfecto para pasar la noche. Una vez más el camino decide por nosotros, esta vez a nuestro favor, y nos regala un hotelito con habitación estupenda y piscina en un pueblo llamado Dragoman. El baño, la cena y la cerveza nos devuelven la ilusión. El pueblo es pequeño, de película de fin de la época soviética, y con golondrinas cantarinas. Bueno, hemos visto algo de Bulgaria. 
Al día siguiente atravesamos Serbia y Croacia. El paisaje se va volviendo más verde, las carreteras mejores. Continuamos viaje junto a los cientos de coches de emigrantes turcos que vuelven a Centroeuropa; los camiones ahora son de Hungría, Bulgaria, República Checa. Serbia es el último país no perteneciente a la UE que atravesamos, la última frontera con control de pasaporte. Rodeamos Belgrado y más tarde Zagreb, el objetivo hoy es llegar a Eslovenia. No nos defrauda, es un país tan verde y tan tranquilo como nos habían contado y  acampamos al lado de un río caudaloso, apacible, rodeados por bosque y pueblos de cuento. Después de tanto kilómetro y tanto tráfico es la imagen que pondría para describir "un remanso de paz".

Llueve en Eslovenia pero el tráfico es menos denso que los últimos dos días. Como todo es tan pequeño aprovechamos para dar un paseo por Liubliana. Dan ganas de quedarse más tiempo y disfrutar de esta ciudad amable.
No puede ser, las autopistas y carreteras italianas nos esperan. Volvemos a la Europa donde entendemos fácilmente los letreros e indicaciones, y también donde viajar en coche es caro. El destino de hoy es uno de los principales objetivos de la vuelta: Venecia. Después de haber oído tanta cosa buena temo que las expectativas sean demasiado grandes. Pero Venecia me conquista sin concesiones. A pesar de las tiendas de recuerdos y de los miles de turistas. Nos vamos sabiendo que queremos volver. Y eso es mucho después de todo lo que hemos visto.

Riva del Garda nos recibe con una tarde lluviosa y ventosa. Tenemos que quedarnos dos noches para subirnos a los montes que rodean el lago y hacer una vía ferrata. Casi siete horas de paseo con el lago a nuestros pies y por paredes donde parecía imposible pasar. La guinda al pastel de este viaje, y un descanso para las piernas agarrotadas de tanto coche. Riva es muy bonito, rico, invadido por alemanes y con un aire de vacaciones perfectas, el turismo activo debieron inventarlo aquí...

Mientras escribo hemos dejado atrás la costa azul. Esta noche aún dormiremos en Francia aunque no será fácil encontrar sitio, y sobre todo, no nos gustarán los precios. Eso sí, el último día de viaje para entrar en España nos lo tomamos con calma, pasando de autopistas y disfrutando del paisaje del Languedoc y de la Costa Brava. Hoy vuelvo al punto de partida, en Barcelona, con la sensación de que todo fue un sueño, pero sintiéndome afortunada y más rica...y además con decenas de picaduras de mosquitos que me traigo de recuerdo.


martes, 19 de agosto de 2014

Roadtrip: al este de Anatolia


Atravesamos Turquía siguiendo la Ruta de la seda que ahora es una carretera de doble carril donde los camiones han sustituido a las antiguas caravanas. Hace mucho calor a pesar de que estamos en una meseta con una altitud media por encima de los mil metros y de que el Mar Negro no está muy lejos. Poco a poco nos acercamos a Dogubeyazit, desde donde parte la expedición al Monte Ararat o Agri Dagi. 

De repente me doy cuenta de que mis nombres de referencia estos días parecen sacados de un libro de aventuras. Estoy al este de la región de Anatolia Oriental. Muchas culturas han pasado por aquí, y ahora es tierra de kurdos. Ellos son los que viven en el Ararat, como pastores seminómadas y ahora también como guías para subir a su cima. Aquí se habla kurdo, no turco, y son gente alegre y orgullosa de su cultura.

Dogubeyazit es tierra de frontera, Irán y Armenia están a menos de 40 km, y eso le da un aire extraño, de contrastes. Suciedad y muchas sucursales de banco, pobreza y cochazos, muchas tiendas de ropa y panaderías y una que vende pistolas y rifles enfrente del hotel.

El Ararat se levanta imponente sobre la llanura. Finalmente, salimos hacia esta montaña de leyenda en un camión que nos lleva junto con un alemán que será nuestro compañero, el guía, el cocinero, material y comida a 2000 m de altura donde comenzamos a caminar. Los horarios que nos habían dado para llegar al campo 1 y al campo 2 se nos quedan cortos, incluso parando a tomar té con unos pastores y en un improvisado 'Ararat Café' a más de 3000 m de altura. Donde daban nueve o diez horas de caminata hacemos cinco. Parece que el programa está pensado para turistas, y pronto descubrimos que la subida al Ararat, al ser técnicamente fácil, es vendida en paquetes turísticos como parte de la experiencia de descubrir esta región. Además está regulado de forma que tienes que venir con una agencia y no puedes subir por tu cuenta. En teoría son 3 días en la montaña para aclimatar a la altura, pero los guías dicen que va a hacer mal tiempo y que para asegurar la cumbre podíamos intentar subir en un día. Yo no sé como reaccionará mi cuerpo, soy la única que no ha estado antes a 5000 m, pero el desafío es tentador y nos lanzamos. Dormimos unas pocas horas en el campo 2 y salimos de madrugada por una pedrera empinada que nos deja ya cerca de la nieve. Caminar por el glaciar es precioso, se ve la cima ya y la nieve helada le da un toque mágico. Llegar a la cima es emocionante. Se ha metido una nube que impide ver nada y me da rabia porque las vistas desde aquí deben ser impresionantes. Sin embargo, la nube no afecta a la emoción y la satisfacción de estar aquí. Estoy feliz. Es bonito estar aquí arriba...aunque no hay ni rastro del Arca de Noé...

Ahora sólo falta bajar, dormir una noche más con este aire fresco y disfrutar de las  vistas. Para la última cena en la montaña no juntan con un grupo de diez alemanes y matan una oveja para darnos de cenar a todos. De vuelta en Dogubeyazit iremos al Hamam, los famosos baños turcos, donde podemos dejar todo el polvo que traemos de nuestra corta e intensa expedición y relajarnos echándonos agua por encima al ritmo que pida el cuerpo.
Mañana aún veremos el palacio de Ishak Pasha antes de volver al coche, a los kilómetros que ahora nos irán acercando hacia casa, hacia lo conocido.

jueves, 14 de agosto de 2014

Roadtrip hacia Oriente: Estambul y fronteras


Llegamos a Estambul siete días después de comenzar el viaje. Esta vez el paso fronterizo tiene además de la garita griega, tres ventanillas diferentes donde hay que enseñar documentos. Todo está en orden y entramos en Turquía por una zona de producción agrícola muy rica y organizada. Podríamos estar cruzando España o Francia, si no fuera porque van apareciendo muchos Renault 12 y modelos parecidos que me recuerdan a mi niñez. Vamos por una carretera de dos carriles para cada sentido hasta Estambul. Hay un momento que entramos sin pensarlo mucho en la autopista para decubrir que sólo funciona con telepeaje. Con esto sí que no contábamos así que nos salimos en cuanto podemos, y hacemos saltar la alarma del peaje. No parece que haya nadie que nos persiga así que seguimos adelante hacia el monumental atasco de entrada en Estambul. Nos lleva casi dos horas llegar hasta el Sultan Palace Hotel que tenemos reservado justo a cinco minutos de La Mezquita Azul. Las callejuelas estrechas, los coches aparcados en cualquier hueco y el jaleo propio del centro turístico de una gran ciudad nos hacen preguntarnos si esto no habrá sido un error.
Todo cambia después de llegar al hotel y comernos un kebab turco de verdad. Pasar la tarde paseando en Eatambul es un lujo, a pesar del calorazo. Para celebrar todo lo que nos ha pasado hoy cenamos en una azotea con vistas al mar de Marmara. Decididamente Estambul merece una visita futura...en avión. Además de la visita obligada a la mezquita azul y a Aya Sofya, para mí es imprescindible el bazar de las especias, las callejitas llenas de tiendas de todo lo que se pueda pedir y disfrutar del puente de Galata al final de la tarde. Estambul me sorprende por su ambiente relajado, nada que ver con Marrakech por ejemplo. Me sorprende también la cantidad de turistas  de países islámicos que hay. Tampoc esperaba ver grupos de mujeres de Irak viajando solas. Es curioso como sabemos tan poco del mundo.
Hoy salimos hacia Ankara, nos quedan unos 1700 km hasta Dogubeyazit, lugar de salida para la subida al Ararat. Supongo que iremos dejando atrás este ambiento europeo que nos rodea...pero quién sabe! Imaginaba el centro de Turquía muy seco y he leído que vamos a pasar por alguna estación de esquí...qué refrescante es sorprenderse todos los días.

lunes, 11 de agosto de 2014

Roadtrip hacia Oriente: fronteras


Cinco días de viaje marcan la mitad de la ruta al Ararat. Llevamos más de 50 horas  en el coche, haciendo kilómetros por autopistas, carreteras nacionales y otras que más parecen pistas que carreteras de verdad. La lista de países por la que pasamos aumenta: Francia, Suiza, Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Hercegovina, Montenegro y Albania. También aumenta el número de fronteras en las que hemos tenido que hacer cola, casi siempre larga, para mostrar el pasaporte. Estamos tan acostumbrados a la Unión Europea y a viajar en avión que esto de enseñar el pasaporte tanto se hace raro. Al otro lado de esas rayas imaginarias impuestas por el hombre casi siempre el mismo paisaje, pequeñas variaciones en la arquitectura que aumentan con la distancia y una lengua diferente en las indicaciones de la carretera nos demuestran que hemos cambiado de país. En los primeros dos días nos movíamos por territorio conocido. Lo poco que veo de Francia, Suiza e Italia se corresponde con lo esperado. Eso no impide que me emocione con los carteles anunciando Chamonix, el lago di Garda, Venecia, Trieste... Tantos sitios en los que pararía y que debemos dejar atrás para cumplir nuestro calendario. No contábamos con los atascos de agosto que en las autopistas italianas son apoteósicos. Toda Europa central parece haber decidido irse a la playa el 9 de agosto.

Como viajamos hacia el Este nuestro amanecer cada día es más temprano y anochece antes. No hemos cambiado de huso horario pero hoy amaneció a las cinco y media. No importa. Los horarios ya no son los normales, los de la rutina de casa, ahora mis días están marcados por las horas de luz y la distancia al siguiente punto.
La carretera no da tregua y todos los días nos sorprende. Comenzamos con el paisaje alpino con sus casas de cuentos para niños y el paso de San Bernardo que nos conduce al Valle de Aosta, italiano pero con los nombres de los pueblos en francés. Después la bella Italia, que merece un viaje exclusivo. Lo poco que vimos de Eslovenia, rural y precioso. Croacia con su costa famosa, extraordinaria, donde no hay playas. Bosnia y sobre todo Montenegro se han quedado las playas grandes, el turismo masificado, dejando a Croacia con un aspecto de costa salvaje. Hasta en la autopista hay señales que avisan sobre osos y lobos. Croacia vive un boom turístico y no es para menos. El recorrido de su costa acaba en Dubrovnik, ciudad fortaleza bañada por el Adriático, impresionante, con sus murallas, torres, puente levadizo, y calles estrechas empinadas. Me recuerda a Rodas, a Lisboa y a Oporto, y a pesar de estar tomada por el turismo mantiene su belleza y su carácter. Me despido de Dubrovnik con un baño tempranero en las aguas cristalinas del Adriático. Después muchas horas para atravesar Montenegro y Albania. Es ahora cuando todo empieza a sorprenderme. Quizá porque no buscamos nada de información antes de salir. Quizá porque son nombres marcados por las noticas del telediario. La costa de Montenegro es parecida a la Costa del Sol, turismo veraniego masificado, con algunos acantilados y ciudades amuralladas históricas que aparecen de repente pegadas al mar. Atravesamos una gran ensenada que se adentra en Montenegro en ferry, y dejamos atrás las señales que indican ciudades viejas, los grad, que prometen ser espectaculares. Atravesar la frontera de Montenegro con Albania nos lleva más de una hora. Esta frontera sí marca diferencias. Al otro lado comienzan los minaretes y se nota que es más pobre. El camino hasta Tirana es bastante malo y el tráfico en la capital un infierno. La carretera por la que llegamos a Tirana podría ser de Mozambique. Pocas veces he pasado tanto miedo en un coche. Todo cambia al pasar Tirana y dirigirnos al sur. El paisaje desde Elbasan es mucho más bonito. La carretera nos lleva hasta el lago Ohrid, inmenso, tranquilo. Esta noche toca cerveza albanesa a la orilla de este lago viendo subir la luna llena amarilla por encima de las montañas de Macedonia. Llevo los ojos llenos de cosas bonitas. 






sábado, 2 de agosto de 2014

Verano de 2014: viajando en coche (o roadtrip que mola más)

Este julio he vuelto a Pirineos, ese paraíso que me sigue encandilando y al que siempre quiero volver. Estuve disfrutando el valle de Benasque con unos amigos, caminando para descubrir cientos de flores, valles de cuentos de hadas e ibones de postal. Y también aprovechando para hacer un poco de cabra montés y triscar por esas peñas pirenaicas, como las que hay en la subida al Perdiguero. Una semana entre pinos, avellanos, hayas y flores, con muchas risas, ensaladas y algún que otro dolor de piernas.

Desde Coimbra al valle de Benasque hay unos 1000 kilómetros que recorrimos en coche, en un viaje de ida lluvioso y entretenido. Y claro, desde Benasque a Coimbra también había 1000 km para el viaje de vuelta que fue caluroso y que se hizo largo. Lo mejor, aparte de llegar, fue la breve parada en Logroño (gracias por el vermú y los calamares!).

Además de una semana estupenda, no sólo por el entorno fantástico, sino por las horas compartidas con los amigos, fue también un aperitivo y entrenamiento para el plan de agosto. El próximo día 6 me voy en coche hasta la base del Monte Ararat, y espero que a pie hasta su cima, acompañando a Javier Campos en su nueva aventura. Esta vez serán casi 12000 km de viaje hasta muy cerca de la frontera turca con Armenia e Irán. Un viaje hacia Oriente, a descubrir otras realidades europeas y el comienzo de Asia. Un viaje para el que faltan días por la cantidad de sitios en los que me gustaría parar y la cantidad de cosas que me gustaría hacer antes de llegar al Ararat. Eso sí, con parada obligatoria en Estambul, lugar de cruce de culturas por excelencia que espero nos muestre lo mejor que tiene para ofrecer. Y como objetivo la cima de una montaña de leyenda, fácil según he leído, pero que está a 5137 metros. Para mí será la primera vez que estoy a esa altura sin ir en avión. Estoy curiosa por saber cómo será estar allí arriba, y por descubrir qué encontraremos en el camino. 

Será largo, y cansado....y espectacular.


lunes, 17 de marzo de 2014

Kathmandu - Doha - Madrid - Oporto - Coimbra

Kathmandu nos despide con el Holi, el festival del color y del agua que marca el final del invierno y cuyo origen es tan antiguo que no está demasiado claro. Es una orgía de colores en la calle, de la que difícilmente se puede escapar en el centro de la ciudad. Para mí es una oportunidad única de diversión en este día marcado por nuestro vuelo de vuelta. Vamos a pie hasta Durbar Square, donde hay una gran fiesta con música incluida, y para cuando alcanzamos la plaza ya somos de al menos cinco colores diferentes. La mayoría de los que juegan al Holi son respetuosos, sólo te manchan si quieres y siempre de frente y con una sonrisa. Otra cosa es el agua que tiran desde las azoteas a cubazos y los niños con las bolsas llenas de agua. Estos alcanzan a todo el que pasa por la calle y no corre a tiempo. Hace calor y la verdad es que es muy divertido y los colores no nos quedan tan mal... Con el transcurso de la mañana aparecen grupos de adolescentes que ya no son tan simpáticos y damos la fiesta por concluida. Volvemos al hotel a lavarnos la cara para ir a comer y dejamos las calles de Thamel a los turistas veinteañeros.

Se nos acaba el viaje. Y me voy con la certeza de que ha sido demasiado corto. Quiero más. En cambio, me espera un viaje de no menos de 32 horas para llegar a Coimbra... y los intensos días pasados aquí se irán desdibujando en las horas de espera en aeropuertos volando hacia Occidente. La última parada antes de llegar a la paz de casa es una estación de tren. Todo me parece demasiado ruidoso, demasiado iluminado. Probablemente es solo por el cansancio provocado por las horas del viaje de vuelta...aunque me temo que ya siento la falta de los espacios abiertos e inmensos, de la kora en Lo Manthang y del aire fresco, vivo, de las montañas.


viernes, 14 de marzo de 2014

Salir de Jomsom: el precio de la aventura


Seis horas tardamos en recorrer los 200 km que separan Kathmandu de Pokhara, incluyendo los atascos y caos habituales de Kathmandu. Un viaje cansado pero bastante cómodo en la furgoneta de la agencia que nos organiza el trekking. De Pokhara volamos a Jomsom en una avioneta que da bastante miedo pero que nos lleva en menos de media hora a nuestro destino volando entre el Dhaulagiri y el Annapurna.
Después de la travesía por Mustang volvemos a Jomsom dos días antes de nuestro vuelo de vuelta. Queríamos a subir al Thorong La, el famoso collado de 5400 m, pero el tiempo nos la juega. Nieva y entra tormenta y nos quita la oportunidad de hacerlo. La avioneta que debíamos coger de vuelta a Pokhara no vuela el día 13 por el viento. El día 14 sube de Pokhara pero se queda en Jomsom. Se rumorea que el problema no es el viento sino algún problema técnico...cancelan vuelos y decidimos coger un autobús local para salir de Jomsom.


La carretera no pasaría de pista para todoterrenos en España... El autobús no va a más de 10 km por hora. Aún así se mueve como si fuese una mezcla del barco vikingo, el pulpo y la olla loca, aquellas atracciones de la feria que me gustaban tanto. Además el bus se balancea como si fuera una barquita en medio de mar gruesa. Todo esto con el precipicio que baja hasta el Kali Gandaki a 10 cm de las ruedas. Eso sí, el paisaje es espectacular, paredes cortadas a filo, montañas y colinas que recuerdan los dibujos orientales.


Las tres primeras horas son divertidas, nos lo tomamos como una parte más de la aventura. El conductor para cuando le apetece hacer pis o hablar con alguno que nos cruzamos, y que siempre pasa aunque parezca que no hay espacio. Sin embargo, después de cuatro horas el viaje ya no es divertido y llega el hartazgo y al rato la desesperación. En cada salto siento como mis vértebras chocan al tocar el asiento, tengo magullados codos y rodillas y un chichón en la cabeza. Siete horas dura la tortura, me pregunto si me habré reencarnado en un nuevo y sofisticado infierno budista... Por fin, molidos y doloridos llegamos a Bheni donde nos espera la furgoneta, un lujo, que nos llevará a Kathmandu... Solo son ocho horas más de viaje... Esta vez por una carretera que sí tiene asfalto...a veces.
Me pregunto si el estado de las carreteras-pistas se debe a los monzones y derrumbamientos periódicos o a la dejadez del gobierno...y también cómo será vivir en esas aldeas perdidas donde necesitas 7 horas para recorrer 70 km hasta la ciudad más cercana...es todo un desafío para nuestra mentalidad europea de prisas, horarios fijos y comodidad.
 



jueves, 13 de marzo de 2014

9 días caminando en Mustang

De nuevo en Jomsom tras nueve días caminando por encima de 3000 m para descubrir Mustang. Una tierra de paisajes grandiosos. Un camino dominado en su primera mitad por las cumbres nevadas y majestuosas del Nilgiri, el Tilicho, el Annapurna. Y en todo su recorrido por cantos rodados gigantes, por formaciones de arenisca amarilla, blanquecina, rojiza, y profundos cañones excavados por los torrentes que bajan de las montañas. Es un paisaje majestuoso, con la belleza extraña de los sitios áridos y desolados.


Las aldeas rompen este paisaje con sus extensos campos de cultivo, verdes ya en el Kali Gandaki y que empiezan a cultivarse ahora en las zonas más altas. Poca gente se queda ahora en invierno en Mustang, bajan a zonas más cálidas y vuelven para la temporada de trekking y de cultivo. 


Por ser invierno y fuera de temporada no encontramos un solo turista hasta el día 7 de marzo, cuando ya vamos de vuelta hacia Kagbeni. Tengo la sensación de haber disfrutado del Mustang más auténtico posible. Aquí llegan turistas, más de 3000 el año pasado, y por eso hay lodges (como se llaman aquí los alojamientos) y tiendas de artesanía. Ahora casi todo estaba cerrado y no había mucho donde elegir para dormir ni tampoco para comer. A partir del tercer día hemos disfrutado de las cocinas tibetanas en cada lodge, fuera de ellas estábamos bajo cero y es en las cocinas donde se concentra la actividad de la casa. El fogón tradicional está en el medio de la cocina y quema leña y excrementos secos de vaca y cabra. Se han introducido fogones de gas para evitar la deforestación, pero el fogón tradicional sigue siendo la base para calentarse y para calentar agua. La dieta: arroz con lentejas, pasta con verdura, huevos, chapatis, pan tibetano y patatas con picante. Y la ducha imposible, claro. Creo que siempre voy a recordar el lavado en la fuente de Ghemi a menos de 5 grados...

Según subimos y nos acercamos a Lo Manthang, la antigua capital del reino de Mustang, aumentan los monumentos religiosos: chortens, estupas, muros mani, molinos de oración...según leo en el libro de Peissel el budismo tiene más de 1000 demonios y aquí, quizá más que en ningún sitio, se necesita toda la protección posible. Sobre las puertas hay cabezas de cabra o de vaca que deben evitar que entre algún mal espíritu.




Leyendas y religión se mezclan en esta tierra fantástica donde cada mañana se bendice la casa con un incensario con brasas y enebro sagrado...Algunas mañanas me despierta el rezo del monasterio más cercano.


Aunque las casas tengan placas solares y en algunas aldeas la gente use botas de trekking, no hemos visto una sola televisión y la mayoría de mujeres llevan la falda y el delantal colorido tradicional. También llevan collares con turquesas y corales o relicarios con la imagen de algún lama. Y así trabajan el campo, hilan, transportan estiércol, lavan la ropa, cocinan y cuidan a sus niños...mientras los hombres ayudan con esas tareas, llevan al ganado a pastar o trabajan fuera de casa.



Lo Manthang es una ciudad amurallada, una ciudad medieval de cuento con callejuelas llenas de hielo, casas apiñadas y monasterios majestuosos. Sus gentes sonríen, nos cuentan historias, nos dejan compartir su tiempo. La sonrisa de una niña me enamora. A veces siento que somos una distracción en la rutina rural del invierno. 
Al final de la tarde la mayoría de habitantes hacen la kora, dan vueltas a la ciudad entera que son oraciones a los dioses del budismo. Los imitamos y el cielo increíble del Himalaya nos compensa por la temperatura de varios grados bajo cero.



Al día siguiente iniciamos el regreso tras visitar los monasterios fantásticos de Lo Manthang. Con el viento de cara, collados de más de 4000 m y con las cumbres nevadas del Gaugiri, del Annapurna y del Nilgiri enfrente. 

Esta tierra engancha, por el blanco de los pueblos y sus ventanas coloridas, por la sonrisa y el saludo de los niños, y el susto de otros al vernos, por la vida sencilla y comunitaria, por las horas caminando sin que se acaben los caminos, y por los horizontes grandiosos, infinitos, donde caben todos los sueños.



domingo, 2 de marzo de 2014

Mustang: en busca de la cultura tibetana

Kathamandu nos recibe con un collar de flores colorido y un día de lluvia. Poco a poco entramos en el ritmo de esta ciudad con su caos permanente que contrasta con la tranquilidad de sus habitantes. No pasamos ni dos días aquí pero parece que llegamos hace meses. Aprovechamos para comer bien y acabar  algunas compras antes de seguir viaje. Y para visitar Bhaktapur, patrimonio de la Humanidad, una ciudad antigua y preciosa a 15 km de Kathmandu. Sus callejuela, plazas, ventanas talladas, templos y estatuas son preciosos e impresionantes. Es casi como estar en la Edad Media, distintos dioses hindúes vigilan nuestros pasos desde las esquinas.

Hoy es lunes, 3 de marzo, amanece un día bonito. Sobre la niebla de Kathmandu  se alza el sol y nos permite ver a lo lejos el Templo de los monos y las cumbres nevadas. Disfruto del sol y del calorcito en la terraza del hotel mientras llega la hora de partir. Hoy tenemos reunión en el ministerio para conseguir nuestro permiso de entrada en Mustang y después casi 6 horas de viaje a Pokhara, al lado de los Annapurnas. De allí una avioneta nos llevará a Jomsom donde comenzará nuestra travesía siguiendo el calle del Kali Gandaki, el más profundo del mundo, hacia las altas tierras de Mustang.... Suena bien...a pesar del frío y del viento que, dicen, nos espera.