lunes, 17 de marzo de 2014

Kathmandu - Doha - Madrid - Oporto - Coimbra

Kathmandu nos despide con el Holi, el festival del color y del agua que marca el final del invierno y cuyo origen es tan antiguo que no está demasiado claro. Es una orgía de colores en la calle, de la que difícilmente se puede escapar en el centro de la ciudad. Para mí es una oportunidad única de diversión en este día marcado por nuestro vuelo de vuelta. Vamos a pie hasta Durbar Square, donde hay una gran fiesta con música incluida, y para cuando alcanzamos la plaza ya somos de al menos cinco colores diferentes. La mayoría de los que juegan al Holi son respetuosos, sólo te manchan si quieres y siempre de frente y con una sonrisa. Otra cosa es el agua que tiran desde las azoteas a cubazos y los niños con las bolsas llenas de agua. Estos alcanzan a todo el que pasa por la calle y no corre a tiempo. Hace calor y la verdad es que es muy divertido y los colores no nos quedan tan mal... Con el transcurso de la mañana aparecen grupos de adolescentes que ya no son tan simpáticos y damos la fiesta por concluida. Volvemos al hotel a lavarnos la cara para ir a comer y dejamos las calles de Thamel a los turistas veinteañeros.

Se nos acaba el viaje. Y me voy con la certeza de que ha sido demasiado corto. Quiero más. En cambio, me espera un viaje de no menos de 32 horas para llegar a Coimbra... y los intensos días pasados aquí se irán desdibujando en las horas de espera en aeropuertos volando hacia Occidente. La última parada antes de llegar a la paz de casa es una estación de tren. Todo me parece demasiado ruidoso, demasiado iluminado. Probablemente es solo por el cansancio provocado por las horas del viaje de vuelta...aunque me temo que ya siento la falta de los espacios abiertos e inmensos, de la kora en Lo Manthang y del aire fresco, vivo, de las montañas.


viernes, 14 de marzo de 2014

Salir de Jomsom: el precio de la aventura


Seis horas tardamos en recorrer los 200 km que separan Kathmandu de Pokhara, incluyendo los atascos y caos habituales de Kathmandu. Un viaje cansado pero bastante cómodo en la furgoneta de la agencia que nos organiza el trekking. De Pokhara volamos a Jomsom en una avioneta que da bastante miedo pero que nos lleva en menos de media hora a nuestro destino volando entre el Dhaulagiri y el Annapurna.
Después de la travesía por Mustang volvemos a Jomsom dos días antes de nuestro vuelo de vuelta. Queríamos a subir al Thorong La, el famoso collado de 5400 m, pero el tiempo nos la juega. Nieva y entra tormenta y nos quita la oportunidad de hacerlo. La avioneta que debíamos coger de vuelta a Pokhara no vuela el día 13 por el viento. El día 14 sube de Pokhara pero se queda en Jomsom. Se rumorea que el problema no es el viento sino algún problema técnico...cancelan vuelos y decidimos coger un autobús local para salir de Jomsom.


La carretera no pasaría de pista para todoterrenos en España... El autobús no va a más de 10 km por hora. Aún así se mueve como si fuese una mezcla del barco vikingo, el pulpo y la olla loca, aquellas atracciones de la feria que me gustaban tanto. Además el bus se balancea como si fuera una barquita en medio de mar gruesa. Todo esto con el precipicio que baja hasta el Kali Gandaki a 10 cm de las ruedas. Eso sí, el paisaje es espectacular, paredes cortadas a filo, montañas y colinas que recuerdan los dibujos orientales.


Las tres primeras horas son divertidas, nos lo tomamos como una parte más de la aventura. El conductor para cuando le apetece hacer pis o hablar con alguno que nos cruzamos, y que siempre pasa aunque parezca que no hay espacio. Sin embargo, después de cuatro horas el viaje ya no es divertido y llega el hartazgo y al rato la desesperación. En cada salto siento como mis vértebras chocan al tocar el asiento, tengo magullados codos y rodillas y un chichón en la cabeza. Siete horas dura la tortura, me pregunto si me habré reencarnado en un nuevo y sofisticado infierno budista... Por fin, molidos y doloridos llegamos a Bheni donde nos espera la furgoneta, un lujo, que nos llevará a Kathmandu... Solo son ocho horas más de viaje... Esta vez por una carretera que sí tiene asfalto...a veces.
Me pregunto si el estado de las carreteras-pistas se debe a los monzones y derrumbamientos periódicos o a la dejadez del gobierno...y también cómo será vivir en esas aldeas perdidas donde necesitas 7 horas para recorrer 70 km hasta la ciudad más cercana...es todo un desafío para nuestra mentalidad europea de prisas, horarios fijos y comodidad.
 



jueves, 13 de marzo de 2014

9 días caminando en Mustang

De nuevo en Jomsom tras nueve días caminando por encima de 3000 m para descubrir Mustang. Una tierra de paisajes grandiosos. Un camino dominado en su primera mitad por las cumbres nevadas y majestuosas del Nilgiri, el Tilicho, el Annapurna. Y en todo su recorrido por cantos rodados gigantes, por formaciones de arenisca amarilla, blanquecina, rojiza, y profundos cañones excavados por los torrentes que bajan de las montañas. Es un paisaje majestuoso, con la belleza extraña de los sitios áridos y desolados.


Las aldeas rompen este paisaje con sus extensos campos de cultivo, verdes ya en el Kali Gandaki y que empiezan a cultivarse ahora en las zonas más altas. Poca gente se queda ahora en invierno en Mustang, bajan a zonas más cálidas y vuelven para la temporada de trekking y de cultivo. 


Por ser invierno y fuera de temporada no encontramos un solo turista hasta el día 7 de marzo, cuando ya vamos de vuelta hacia Kagbeni. Tengo la sensación de haber disfrutado del Mustang más auténtico posible. Aquí llegan turistas, más de 3000 el año pasado, y por eso hay lodges (como se llaman aquí los alojamientos) y tiendas de artesanía. Ahora casi todo estaba cerrado y no había mucho donde elegir para dormir ni tampoco para comer. A partir del tercer día hemos disfrutado de las cocinas tibetanas en cada lodge, fuera de ellas estábamos bajo cero y es en las cocinas donde se concentra la actividad de la casa. El fogón tradicional está en el medio de la cocina y quema leña y excrementos secos de vaca y cabra. Se han introducido fogones de gas para evitar la deforestación, pero el fogón tradicional sigue siendo la base para calentarse y para calentar agua. La dieta: arroz con lentejas, pasta con verdura, huevos, chapatis, pan tibetano y patatas con picante. Y la ducha imposible, claro. Creo que siempre voy a recordar el lavado en la fuente de Ghemi a menos de 5 grados...

Según subimos y nos acercamos a Lo Manthang, la antigua capital del reino de Mustang, aumentan los monumentos religiosos: chortens, estupas, muros mani, molinos de oración...según leo en el libro de Peissel el budismo tiene más de 1000 demonios y aquí, quizá más que en ningún sitio, se necesita toda la protección posible. Sobre las puertas hay cabezas de cabra o de vaca que deben evitar que entre algún mal espíritu.




Leyendas y religión se mezclan en esta tierra fantástica donde cada mañana se bendice la casa con un incensario con brasas y enebro sagrado...Algunas mañanas me despierta el rezo del monasterio más cercano.


Aunque las casas tengan placas solares y en algunas aldeas la gente use botas de trekking, no hemos visto una sola televisión y la mayoría de mujeres llevan la falda y el delantal colorido tradicional. También llevan collares con turquesas y corales o relicarios con la imagen de algún lama. Y así trabajan el campo, hilan, transportan estiércol, lavan la ropa, cocinan y cuidan a sus niños...mientras los hombres ayudan con esas tareas, llevan al ganado a pastar o trabajan fuera de casa.



Lo Manthang es una ciudad amurallada, una ciudad medieval de cuento con callejuelas llenas de hielo, casas apiñadas y monasterios majestuosos. Sus gentes sonríen, nos cuentan historias, nos dejan compartir su tiempo. La sonrisa de una niña me enamora. A veces siento que somos una distracción en la rutina rural del invierno. 
Al final de la tarde la mayoría de habitantes hacen la kora, dan vueltas a la ciudad entera que son oraciones a los dioses del budismo. Los imitamos y el cielo increíble del Himalaya nos compensa por la temperatura de varios grados bajo cero.



Al día siguiente iniciamos el regreso tras visitar los monasterios fantásticos de Lo Manthang. Con el viento de cara, collados de más de 4000 m y con las cumbres nevadas del Gaugiri, del Annapurna y del Nilgiri enfrente. 

Esta tierra engancha, por el blanco de los pueblos y sus ventanas coloridas, por la sonrisa y el saludo de los niños, y el susto de otros al vernos, por la vida sencilla y comunitaria, por las horas caminando sin que se acaben los caminos, y por los horizontes grandiosos, infinitos, donde caben todos los sueños.



domingo, 2 de marzo de 2014

Mustang: en busca de la cultura tibetana

Kathamandu nos recibe con un collar de flores colorido y un día de lluvia. Poco a poco entramos en el ritmo de esta ciudad con su caos permanente que contrasta con la tranquilidad de sus habitantes. No pasamos ni dos días aquí pero parece que llegamos hace meses. Aprovechamos para comer bien y acabar  algunas compras antes de seguir viaje. Y para visitar Bhaktapur, patrimonio de la Humanidad, una ciudad antigua y preciosa a 15 km de Kathmandu. Sus callejuela, plazas, ventanas talladas, templos y estatuas son preciosos e impresionantes. Es casi como estar en la Edad Media, distintos dioses hindúes vigilan nuestros pasos desde las esquinas.

Hoy es lunes, 3 de marzo, amanece un día bonito. Sobre la niebla de Kathmandu  se alza el sol y nos permite ver a lo lejos el Templo de los monos y las cumbres nevadas. Disfruto del sol y del calorcito en la terraza del hotel mientras llega la hora de partir. Hoy tenemos reunión en el ministerio para conseguir nuestro permiso de entrada en Mustang y después casi 6 horas de viaje a Pokhara, al lado de los Annapurnas. De allí una avioneta nos llevará a Jomsom donde comenzará nuestra travesía siguiendo el calle del Kali Gandaki, el más profundo del mundo, hacia las altas tierras de Mustang.... Suena bien...a pesar del frío y del viento que, dicen, nos espera.