domingo, 1 de marzo de 2015

Huskis y ruskis: expedición Ivan Susanin.



Cinco días, once trineos, sesenta y seis huskis y 170 kilómetros. Unas 30 horas sobre el trineo, nieve, hielo, taiga, muchas agujetas y varios moratones. Días intensos, de muchas emociones, de paisajes y gentes diferentes.


Lo primero fue acostumbrarnos a la organización desorganizada de los rusos. Al menos de los rusos de esta expedición. Caos general y falta de información han sido parte de la rutina diaria. Pero también lo han sido la hospitalidad y generosidad genuinas de organizadores y colaboradores de la expedición. Un contraste que nos tiene despistados hasta el final.
Lo que ha faltado ha sido el supuesto entrenamiento que íbamos a tener antes de empezar la travesía. Al final hemos aprendido por prueba y error, o sea, por caída, vuelo y resbalón. Ha sido duro, el primer día mucho más de lo que pensaba. Creo que también ha influido el que en vez de llevar seis huskis mi trineo tenía cuatro huskis y dos osos. Los dos perros de atrás eran enormes y muy fuertes. Yo miraba con envidia a los trineos de mis compañeros, los perros les obedecían y cuando paraban se sentaban tranquilamente. Los míos iban por libre y cuando parábamos aullaban e intentaban arrancar el ancla que los sujetaba. Por si no fuera suficiente, el tercer día de travesía una de las perras del tiro entró en celo, así que llevaba locos a los dos perros que iban más cerca de ella. Tanto que en una de las paradas tuve que esperar a que se desengancharan mientras el resto de trineos continuaba la marcha. El último día, después de una caída aparatosa, por fin, me cambiaron de trineo. Seis huskis rojos, de tamaño normal y que me permitieron relajarme para disfrutar a fondo de las últimas horas de la travesia. Y que me demostraron que si había conseguido conducir el otro tiro podía con cualquiera.
Por segunda vez se nos hace de noche en el camino. Soy parte de una fila de frontales que surcan laderas nevadas y cruzan bosques de pinos y abedules. Poco a poco las piernas y los sentidos se acostumbran a la penumbra y disfrutan de las nuevas sensaciones.

Hemos hecho una ruta que une Kostroma, Barskoe, Medvedki y Domnino siguiendo carreteras, campas de nieve dura y caminos abiertos por la moto de nieve en la nieve blanda. Hay momentos de adrenalina en las bajadas con curvas y en los caminos estrechos entre árboles, y momentos de paz cuando no hay más trineos delante y los perros corren felices sin depender del ritmo de otros. Es una experiencia increíble. Todas las noches al llegar me sorprende lo cansada que estoy. Y la jornada no acaba ahí. Tenemos que atar a los perros en los sitios donde pasamos la noche, darles de beber agua con leche y, un poco más tarde, de comer, siempre pollo. Hay días que para hacer todo esto me hundo en la nieve profunda que los rodea y ellos parece que me miran divertidos. Cuando me acerco me pegan lametones con sus lenguas larguísimas como dándome las gracias por el esfuerzo.

Ha sido un viaje muy especial, por las sensaciones compartidas con los huskis y por el significado que tiene la travesía rememorando un hecho decisivo para la historia moderna de Rusia. A pesar de ello esta región se conoce poco y, como en muchos otros sitios, los jóvenes se van a la ciudad abandonando tierras y tradiciones. La travesía nos acerca a esas tradiciones y a la vida rural a través de los sitios donde hemos dormido. En una cabaña de troncos enormes en Barskoe, donde nos esperaba Irina para darnos la bienvenida con pan y sal negra. En el salón de actos de un pueblo dedicado a la cria de caballos y que antes de la revolución rusa era propiedad de algún noble. Y en la casa de Tatiana y Shasha en Domnino que tenían preparada una cena con todos los platos típicos de la región y la sauna para relajarnos después.  Me voy de nuevo con los ojos llenos de cosas bonitas, y esta vez con algunos moratones, el sonido de los trineos en la nieve dura y los aullidos y lametones de los huskis.