lunes, 31 de agosto de 2015

Lugares mágicos

Un viaje en autobús de tres horas separa Río Gallegos de El Calafate. Un viaje siguiendo la ruta 40 en la estepa patagónica salpicada por ovejas y guanacos. El Calafate es una ciudad que resplandece en la orilla del Lago Argentino crecida al reclamo turístico del Parque Nacional de los Glaciares. Es como Benasque, como Chamonix, una ciudad pequeña, cuidada, con encanto que ofrece multitud de atracciones en un lugar único. La boutique del libro es una librería de esas para quedarse a vivir dentro. Buena música, buena onda y muchos libros. Calafate es también el punto de partida para visitar el glaciar Perito Moreno. Lo visitamos un día plomizo y frío, que recuerda que aún estamos en invierno, y nieva ligeramente cuando entramos en el Parque Nacional. No importa, la belleza de la península de Magallanes no depende de que salga el sol. Aquí empieza el bosque con los guindos, algún calafate y las lengas desnudas. De regalo en la carretera vemos los caranchos, que parecen águilas con sombrero. En una curva aparece el Perito Moreno, inmenso, que provoca un "ooooooh" general en el autobús. Tenemos casi seis horas aquí y pienso que nos aburriremos, pero pronto descubro que estoy equivocada. Las pasarelas ofrecen diversas panorámicas del glaciar, a cada cual más impresionante. No puedo dejar de mirarlo. No es sólo que sea descomunal sino que es azul, de una belleza inesperada. El hielo es de mil tonos azulados y cambia con la luz como cambia el color del mar. Hipnotiza. Y cruje. Dos torres de hielo enorme se desgajan del frente del glaciar cayendo al lago con un gran estruendo. La pasarela tiembla. Ajenos a todo esto una pareja de cóndores planea por encima de nosotros. Es grandioso y emocionante.
De nuevo en el bus, camino a El Chaltén, paramos en La Leona, estancia de larga historia donde estuvieron escondidos Butch Cassidy y Sundance Kid. Aquí un perrazo y un carnero, que debe pensar que es perro, juegan y reciben con alegría a los visitantes. Es el momento de probar la torta frita, hecha con grasa me dicen. Así no parece muy apetitoso pero es lo que come el conductor y siguiendo el consejo sagrado de donde fueres haz lo que vieres me animo para descubrir que está muy rica y que mejor no hacer ningún test de colesterol en los próximos meses.
El Chaltén es una pequeña ciudad encajada entre montañas nevadas y niebla. Cuando bajamos del autobús nos recibe el viento patagónico, hace un frío atroz, y como estamos fuera de temporada casi todos los albergues y hoteles están cerrados. A pesar del frío y del hambre que tengo El Chaltén me enamora desde el primer momento. La tarde se mantiene gris y cerrada, aunque en la oficina del Parque Nacional nos dicen que está previsto que mejore. Espero que sea así porque aquí cerca, escondidos en algún lugar entre la niebla, están el Fitz Roy y el Cerro Torre, montañas de gran belleza y lugares míticos para escaladores y montañeros. El día siguiente amanece despejado y salimos entusiasmados a los senderos. En una hora vemos el imponente Fitz Roy, acompañado por la aguja Poincenot, que nos reciben con temperaturas bajo cero y un viento gélido. Después de haber tenido la imagen de este monte de fondo de escritorio en el ordenador durante meses casi no puedo creer que estoy aquí. Menos mal que hace tanto frío que esto no puede ser un sueño. Es poderoso, rodeado de agujas que resaltan aún más su belleza. En la laguna Capri decidimos volver sobre nuestros pasos para dirigirnos hacia el sendero del Cerro Torre. El sol sigue brillando en un cielo azul límpido. Unos kilómetros después aparecen todas las cumbres, el Cerro Sólo, el cordón Adela, el Cerro Torre, el Fitz Roy... Decidimos parar en un sitio al sol protegido del viento ya en el valle del río que baja del glaciar al lado del Torre. El lugar es perfecto para admirar las paredes lisas del Cerro Torre y acompañantes. El sendero hasta la Laguna Torre es espectacular. Con el Torre de fondo, atravesando bosques sombríos y otros amables, y caminando por las morrena para alcanzar la laguna helada. El lugar es de una belleza que quita el aliento. Al otro lado de la laguna el glaciar y el Cerro Torre con sus más de tres mil metros y paredes verticales. Me da un escalofrío cuando pienso en que hay gente que lo sube...no volveré a decir que hago escalada.
Empiezan a entrar nubes desde el Campo de Hielo Patagónico cuando comenzamos la vuelta. Nubes de viento, que dibujan discos y montañas en el cielo.
Hay tantos senderos que se podrían recorrer y el lugar es tan mágico que estamos tentados de alargar la jornada. Al final el sentido común, o la pereza, pueden más y volvemos al pueblo para descubrir que se ven los montes desde aquí abajo! Cuando llegamos al Chaltén dos días atrás ni se intuían. Ahora se ven desde la estación de autobuses y la señal de entrada al pueblo. Qué lugar increíble, El Chaltén me ha conquistado sin ninguna duda. El último atardecer nos despide con viento, vuelve el frío y las nubes empiezan a tapar las montañas que se esconden otra vez como si les diera vergüenza ser tan hermosas.

martes, 25 de agosto de 2015

Patagonia, el invierno austral

La aventura que se ha montado Javier recorriendo la ruta 40 argentina hacia el sur me sirve de excusa para viajar a uno de mis destinos soñados. Patagonia era otro de aquellos lugares que parece que nunca van a pasar de la lista de los deseos a la de preparativos. Y de repente, aquí estoy, en el invierno austral y en una ciudad lejos de los sitios emblemáticos a los que quiero ir...pequeños detalles porque lo importante es que estoy en Patagonia!! No tiene sentido esperar que todas las condiciones sean ideales para hacer algo. Al final, si lo piensas mucho siempre hay algo que no encaja y sirve de excusa para quedarte en la comodidad de lo conocido. Cuesta alejarse, aunque sea por poco tiempo, de los seres queridos.
Río Gallegos es la capital de Santa Cruz, en el extremo sur del continente americano. No es muy grande aunque las calles centrales son muy animadas. Se nota que es el principal centro urbano en muchos kilómetros. Visito la catedral, que es una iglesia pequeña de madera y chapa construida con la fundación de la ciudad en 1885. Visito también el estuario y su centro de interpretación ambiental. La zona intermareal y las marismas ocupan una gran extensión y dan cobijo a multitud de aves, incluyendo el macá, endémico y amenazado. En un frío paseo veo además de gaviotas, el pato crestón y varias parejas del bonito cauquén. Uno de los principales problemas de conservación de la zona es la contaminación. Los abundantes restos de plásticos y diversos envases en la marisma son buena prueba. Más tarde descubro que Río Gallegos ha pasado por una huelga de basuras de meses que acabo hace tres días y aún se está recuperando.

Descubro que la calefacción funciona con estufas de gas, a veces hasta con fogones que no cocinan pero se encienden para calentar la sala. Y también que las medidas de seguridad sobre ventilación y estufas de gas no han llegado a este lugar.

El segundo día alquilo un 4x4 para ir a Cabo Vírgenes. Casi tres horas para recorrer 134 km en un camino de ripio, o sea, sin asfaltar y, tras el invierno y toda la noche lloviendo, lleno de baches, charcos y barro. ¡Nada mejor para empezar a conocer Patagonia!
En el camino además de las ovejas merinas, que hay millares, veo zorros, liebres, guanacos, ñandúes, rapaces y parejas de cauquén. Todo bajo la luz plana de esta latitud filtrada entre la niebla. Es como había imaginado y siento un escalofrío de emoción.

En el camino yacimientos de petróleo y estancias gigantescas que crían merinas y reciben dinero de las petroleras que explotan el subsuelo. Finalmente llego a Cabo Vírgenes y la niebla apenas deja intuir el famoso faro que lleva 111 años guiando a los barcos que pasan por el Estrecho de Magallanes. Un cabo de la armada argentina que está de servicio en el faro me cuenta muchas historias del lugar y hace de guía para llegar a Punta Dungeness, justo en la entrada del Estrecho. Aquí hay otro faro, chileno, separado de Argentina por una alambrada. El sol finalmente aparece iluminando la arena negra y el encuentro de las aguas del Atlántico y del Pacífico. El faro de Cabo Vírgenes se despide saliendo imponente de la niebla. Comienzo el regreso a Río Gallegos con la luz del atardecer reflejada en los charcos que bordean el camino. El agua se tiñe de naranjas, violetas y azules, en un espectáculo mágico que culmina con una gran estrella fugaz que cae delante de mí. Hay veces que simplemente estás en el lugar que debes estar.