jueves, 21 de abril de 2016

Himalaya 2016

Mis planes para 2016 no incluían un nuevo viaje a Nepal y aún resistí un par de semanas mientras escuchaba cómo se preparaba. Pero poco a poco imágenes y sabores de otros viajes anteriores se colaron en mi vida diaria, y las cañas de un sábado acabaron en la oficina de viajes del corte inglés comprando los billetes. En mi defensa debo decir que el viaje incluía ver los Annapurnas de cerca, pasar el Thorong La, que estaba pendiente desde hace dos años, e intentar subir un pico de 6200m. Con esos ingredientes, los paisajes y gentes sorprendentes que encuentras andando en Nepal, y los compañeros de viaje que iba a tener era imposible resistir más.

De nuevo el caos de Kathmandu, los collares de flores de bienvenida, los paseos y compras por Thamel. En algunos sitios aún se nota los destrozos que causó el terremoto del año pasado. Impresiona.

Ver las condiciones de vida aquí es siempre impactante. En las aldeas de la montaña se puede ver gente en condiciones precarias, aunque el turismo de trekking y proyectos solidarios dejan dinero, educación e inventos como hornos y placas solares que mejoran la vida diaria. Pero creo que en la montaña es muy raro ver la miseria que te encuentras en las partes bajas de Nepal. Aunque también es verdad que de estas sólo conozco grandes ciudades y las casas y pueblos por los que cruza la carretera, y el interior puede ser diferente. En cualquier caso, la atención sanitaria y la calidad ambiental son asuntos más que urgentes en este país.

Para llegar al punto de partida del trekking necesitamos cinco horas por carretera y otras seis en todoterreno por una pista donde en España solo entrarían los trialeros más atrevidos. Empieza la aventura y el chiquillo que conduce parece conocerse cada piedra. Nos preguntamos, escépticos, si aquí habrá exámenes de carné de conducir. Y también cómo cambiará la vida de estas aldeas la existencia de esta pista-carretera que las comunica con la parte baja del valle.

Comenzamos a caminar en Dharapani, estamos en el famoso circuito de los Annapurnas y hay muchos lodges y puestos de venta de artesanía. El camino asciende gradualmente siguiendo el río Marsyangdi desde unos 2000 m de altura a los 5416 m del Thorung La, el collado de trekking más alto del mundo según dicen. En las partes bajas atravesamos grandes bosques primero de rododendros y después de pinos y alerces enormes. Caminamos tres días acompañados por estos gigantes que poco a poco son sustituidos por enebros y sabinas. Todos los días se queman ramitas de estos árboles para bendecir casas, monasterios y lugares varios en las montañas de Nepal. En este valle los sabinares y enebrales nos acompañan durante decenas de kilómetros, hasta que la altura hace desaparecer los árboles. Mola.

Upper Pisang es el primer pueblo no dominado por lodges en el que dormimos.El pueblo es famoso por un gran gompa, monasterio budista, que se alza en la parte superior con vistas increíbles sobre las montañas y el valle. Llegamos el día de año nuevo nepalí - ¡ya están en 2073! - y nos encontramos una competición tradicional de arqueros. Es divertido, colorido y sorprende que en medio de la borrachera general consigan acertar en el blanco y no matar a nadie. Nos quedamos en un lodge precioso, cómodo y limpito regentado por mujeres de la etnia gurung. Al amanecer el Annapurna II nos contempla majestuoso desde el otro lado del valle y nos deja sin palabras. A partir de aquí comienzan las cumbres y podremos contemplar varios de los Annapurnas, el Gangapurna, los Chullu, Tilicho, Nilgiris…de todas ellas la más impresionante probablemente sea la vista de los Annapurnas desde el gompa de Ghiaru, gran recompensa a una larga y sufrida subida.

La ruta nos llevará ese día hasta Manang, capital del trekking en este valle con multitud de sitios para dormir, comprar lo que te haga falta, pastelerías y hasta un cine con películas de montaña. Es un sitio agradable, cómodo, donde muchos turistas descansan un par de días antes de pasar el límite de los 4000 m. Nosotros continuamos camino, llegaremos al día siguiente a Thorong Phedi, a 4250 m de altura, lugar curioso y pequeño donde comenzar a aclimatar para las cuestas que nos esperan hasta el collado, el famoso Thorong La. Como nuestro objetivo no es sólo el collado sino subir el Thorong Ri, con sus más de 6000 m, usaremos el collado como un paso más en la aclimatación, y dormiremos en High Camp a casi 5000m de altura. Subimos a Thorong La tras un breve descanso en High Camp, cuando empina se nota la altura, el truco es ir despacito, bistare,bistare, como dicen por aquí. Tanto la subida como la llegada al collado me emocionan. Tal vez porque me quedé con las ganas hace dos años, tal vez porque es un sitio mágico... o tal vez porque la falta de oxígeno a estas alturas hace que todo sea más intenso. Arriba nos refugiamos del viento entre las banderas de oración que coronan el collado. Se está muy bien protegido por estos retazos de colores que bailan alrededor.  

La vista desde el Thorong La nos depara otra sorpresa: el pico que queríamos subir está cubierto de hielo y es imposible siquiera intentarlo. Lo estudiamos desde varios sitios para rendirnos a la evidencia. La cota de 6000 m tendrá que esperar, no va a ser ni aquí ni ahora. Volvemos a High Camp con una mezcla de sensaciones, dormiremos aquí para pasar el collado mañana temprano y bajar a Muktinah, 1800 m más abajo.

La tarde y noche en High Camp se convierten en una lección práctica sobre los efectos de la altura. Incluso sin llegar a tener mal de altura, como una chica que pasa medio desmayada encima de una mula, la falta de oxígeno no es agradable. Es otra de esas cosas que no puedes imaginarte por mucho que te lo cuenten. En mi caso se traduce en un dolor de cabeza que se agudiza después de comer, y de algún esfuerzo, pero que mejora si camino. Tras pasar la noche a 4950 m descubro que ya no me duele, ni siquiera después de desayunar. Y que la subida al Thorong La es mucho más llevadera que ayer. Nunca imaginé que se podría aclimatar tan rápido.

Segunda vez en el collado en menos de un día, más fotos y dejamos las banderas que habíamos traído para la cima. Servirán para proteger a futuros caminantes. Del otro lado del collado una bajada zigzagueante hacia el valle, hacia Muktinah, que es muy divertida si no te duelen las rodillas.

Muktinah me decepciona, debe haber cambiado en los últimos años porque no es nada de lo que me habían contado. El lugar es famoso por un importante monasterio hinduista con una llama eterna. Y de hecho el paso de peregrinos es constante y sus ropas coloridas ponen el contrapunto alegre a este pueblo sin carácter. Por lo menos conseguimos buena comida y cerveza fresca en un lodge llamado Bob Marley, habrá mucho reggae en Muktinah?

Al día siguiente nos encaminamos hacia el Kali Gandaki, el valle por el que saldremos de esta ruta. A veinte minutos de Muktinah entramos en Jharkot, este sí es un pueblo de verdad, nos cruzamos con rebaños que salen, gente dándose los buenos días, incensarios de enebro en las puertas de las casas, y, claro, nos acercamos al gompa donde descubrimos una pequeña escuela tibetana apoyada por un proyecto internacional, al que contribuimos comprando unas postales. Si alguna vez pasáis por aquí, quedaos a dormir en Jharkot y no en Muktinah.

A partir de aquí el terreno es árido, duro, y el camino, que salta entre carretera y sendero, aburrido. Hasta entrar en el valle del Kali Gandaki. Al norte Kagbeni con sus terrazas de cultivo verdes y el camino que recorrimos hace dos años. Hacia el sur nuestro destino de hoy, la bella y verde Marpha. Llegar aquí después del día de polvo, viento y calor es como llegar a un oasis. Además el cielo se ha puesto gris y no tarda en caer una buena tormenta. Nuestra suerte es que nos pilla ya en el lodge, bebiendo cerveza después de haber visitado el pueblo y el monasterio. Al día siguiente salgo de Marpha con la sensación de que esto se acaba y, sobre todo, que nos vamos de un pueblo extraordinario. Marpha tiene un centro de desarrollo de cultivos y durante algunos kilómetros el verde de las huertas y frutales nos separa del lecho pedregoso del río. Pasamos Tukuche, Khobang y Larjung, y vemos de cerca el Dhaulagiri, el último ocho mil de nuestro camino. Después de varios kilómetros de caminar en la carretera paramos un autobús que nos llevará a Beni. El trekking acaba así en un lugar indeterminado del valle del Kali Gandaki.

Pero la aventura aún no acabó. En el autobús tenemos que ir tres horas de pie, aunque casi es mejor que ir sentado en alguno de los asientos minúsculos. Esta experiencia ya la tuvimos, y juraría que el primer autobús que pillamos hace dos años era aún más pequeño. De todas formas bajar el desfiladero del Kali Gandaki en estos autobuses sigue impresionándome. Cuando dejo de ver tierra en el lado del barranco siempre me pregunto si las ruedas estarán sobre suelo firme. Aún así es un camino para disfrutar con sus vistas espectaculares del valle. Al cabo de unas tres horas paramos en Tatopani a comer dal bhat (lentejas, arroz y verduras picantes) y dejar pasajeros. Dos horas más de viaje apretujado, pero al menos sentados, y llegamos a Beni, un pueblo grande, lleno de tiendas y muy vivo, desde el que sale la carretera que nos llevará a Pokhara al día siguiente. Aquí ya hace calor y el canto de los pájaros nos despierta temprano, es una sensación extraña oír tantos pájaros después de varios días en las montañas.

Ochenta y cuatro kilómetros se traducen en cuatro horas en bus por una carretera más o menos asfaltada que nos lleva a Pokhara. No sé si ya me he acostumbrado pero esta vez todos los imprevistos y sobresaltos típicos del transporte en Nepal me parece menos que otras veces.

En Pokhara nos toca un hotel de lujo que contrasta fuertemente con los niños esnifando pegamento que encontramos al bajar del bus.

Una vez más el viaje se convierte también en un viaje interior. Preguntas, a veces sin respuesta, se acumulan en mi cabeza y buscan mis límites. Está claro que caminar es una de las mejores formas para reflexionar. Hacerlo aquí significa también que en algún momento algo va a tocarte el corazón. En el mío me llevo paisajes y montañas deslumbrantes, usos de vida ancestrales, y, sobre todo, la sonrisa de los niños y niñas de las aldeas del Himalaya.

P.S. Imposible subir fotos desde Kathmandu...