viernes, 5 de agosto de 2016

De ibón en ibón



De ibón en ibón... porque molan mogollón. No podía comenzar de otra manera. Aunque sea una rima fácil, o precisamente por ello.
Por fin consigo volver a Pirineos con la gente de Cáceres (y alrededores). Es siempre una experiencia fantástica venir a la montaña con un grupo tan variado como divertido y acogedor. Cada año el grupo cambia un poco, vienen nuevos, faltan otros a los que echo de menos, a veces falto yo, pero siempre domina el buen humor y la risa fácil, además de la logística insuperable y los recorridos hermosos. Es curioso como gente que apenas se ve durante el resto del año puede pasarlo tan bien con pocas comodidades. Las personas que forman el alma de este grupo son precisamente las que me hicieron entusiasmarme con el monte hace ya muchos años. Tuve además la suerte de coincidir con alguien que se ha convertido no sólo en un gran amigo sino en el hilo conductor entre aquellas excursiones y este grupo. Pocas personas hay más acogedoras y generosas, la frase de "connecting people" deberían haberla hecho para él. Después de aquellos años iniciales estuve mucho tiempo sin salir al monte regularmente, hasta que en 2010 organizaron la Senda de Camille y me avisaron. Compartir aquella travesía me hizo darme cuenta de cómo echaba de menos andar por la montaña y de cómo me gustaba este nuevo grupo de amigos. Por eso, los veranos que no consigo unirme a vuestra semana de monte no son igual de buenos.

Este año el lugar elegido es Canfranc Estación, uno de esos sitios pequeños con una gran historia. Con una estación de tren enorme y preciosa que fue un gran reto para la ingeniería de principios de siglo XX. Durante la Segunda Guerra muchos judíos se salvaron atravesando la frontera aquí gracias a la valentía de Albert Le Lay y muchos otros. Hace tiempo que ya no es una estación internacional y pocos trenes llegan hasta ella. Ahora parece un palacio perdido en medio de las montañas, como si estuviera dormido esperando tiempos mejores. 



Y, claro, Canfranc Estación está rodeado por valles, montes, bosques, marmotas, aves y arte románico. La combinación perfecta para una semana de vacaciones. Este año la excusa para nuestras caminatas son principalmente los ibones, lagos de montaña a los que siempre se llega por algún sitio muy empinado. Pero el esfuerzo siempre merece la pena. Encontrarse con un lago en altura tiene algo especial. Y todos son diferentes: recogidos en un circo o en planicies abiertas, con vistas a la cordillera o rodeados de peñascos, con cientos de renacuajos o de aguas cristalinas.
Este año yo llego a mitad de la semana y mi primera salida es al ibón de Estanés. El recorrido es espectacular con bosques de hayas y abetos, el ibón con sus vacas y una bajada vertiginosa hacia el valle. Algunos conocemos parte del recorrido de cuando hicimos la Senda de Camille y nos sorprendemos reconociendo el prado con los arándonos y frambuesas silvestres. Volvemos a la casa del pastor francés que vende queso pero esta vez no está y nos quedamos con las ganas.
Mi segundo día vamos a los ibones de Ayanet, subiendo por la Canal Roya, un valle que acaba en un circo donde no parece que exista camino de salida. Pero sí, el sendero zigzaguea por la pared y por fin, tras un pequeño llano, nos lleva al borde del lago grande. El Midi d'Ossau se ve, impresionante, a lo lejos. Aprovechamos para subir al vértice de Anayet de color rojo, y observar desde allí a los que suben al pico o a los que se preparan para algún ultratrail. Otros aprovechan las horas para disfrutar de la paz del ibón. Lo bueno del monte es que da para disfrutarlo de la forma que más te guste. Más tarde el día se convierte en extraordinario en el ibón pequeño, un remanso de paz y buenas sensaciones donde declaramos constituida la cuadrilla Recopla.



El último de mis ibones es el de Iserias que se convierte en una pequeña aventura donde descubro muchas cosas como lo rápido que se echa la niebla en el monte o lo divertido que puede ser no tener un plan definido. El camino sigue el GR-11 por la Canal Izas, nuevamente arbolado en la parte baja siguiendo el agua y esta vez con cascadas incluidas cuando se abre el valle. La subida al ibón se hace por la derecha de la canal dejando el GR-11 y siguiendo un sendero vertiginoso pero bien definido que pasa por un pequeño refugio en un collado. El sitio del refugio, que es muy cuco, parece una postal con lirios en primer plano y los jirones de nubes por debajo. El ibón está más encajonado que los anteriores, metido en su circo glacial y lleno de renacuajos. En la bajada conozco a un chico y una chica muy simpáticos y que andan un poco despistados. Son de Pamplona y acabaran 
invitándome a que ocupe el único asiento libre que hay en su autobús de vuelta a Pamplona. Conozco así a un montón de montañeros navarros majísimos que con sus historias divertidas hacen que el viaje a Pamplona sea de lo más entretenido. Es el remate genial a un día lleno de sensaciones y me permite llegar antes de los previsto a tierras conocidas donde esperan más abrazos y sonrisas. Pero eso es otra historia...