miércoles, 2 de mayo de 2018

El país de los 45 millones de palmeras



Y de repente aparece la oportunidad en el trabajo de visitar los Emiratos Árabes Unidos. Hace dos años que no hago un viaje largo, de esos de avión de verdad, de los grandes y aunque no sé casi nada sobre los Emiratos parece un sitio muy interesante pero al que no iría de vacaciones. Vamos, que ni me lo pienso. Ese mismo día me ponen en contacto con un profesor de la Universidad de Sharjah que está interesado en colaborar con nosotros y él se encarga de invitarnos.

 
Los Emiratos son siete, aunque yo solo conocía Abu Dhabi y Dubai. Sharjah está al lado de Dubai, y es el Emirato dedicado a la educación, la cultura y las tradiciones. La ciudad es nuevísima, como todas las ciudades que veremos, y como el país. Hace poco más de cincuenta años eran tribus nómadas adaptados a la vida en el desierto. El petróleo y el rompedor jeque Zayed cambiaron todo. Zayed formó la federación de los Emiratos, y apostó por la educación y por el crecimiento del país basado en el conocimiento. Claro que esto no sería posible sin el petróleo, pero no todos los países que tienen petróleo lo invierten igual. Nos impresiona la dimensión de todo, especialmente de la universidad el primer día. Es una verdadera ciudad dentro de Sharjah con edificios bellísimos e imponentes para las facultades, con viviendas para los funcionarios y docentes, y con condiciones de laboratorios que ya las querría yo. Es una gran apuesta que sirve no sólo para la población local sino como fuente de ingresos porque dos tercios de los estudiantes son extranjeros. La mayoría del profesorado también es extranjero lo que hace muy divertidas las reuniones, en la primera somos cinco cada uno con una nacionalidad: España, Portugal, Egipto, Camerún y Argelia. Se ven muchos chicos y chicas vestidos de forma tradicional, ellos de blanco, ellas de negro, pero también chicas sin velo y algunos pocos vestidos siguiendo la moda occidental. Nuestro nuevo amigo nos dice que poco a poco se van dejando atrás formas más conservadoras. Y, de hecho, a pesar de lo que nos habían dicho, no es necesario taparse el pelo y los brazos. El pañuelón sólo lo uso para resguardarme del aire acondicionado. Sorprende en la universidad el interés y las ganas de los profesores y estudiantes que conocemos. Supongo que hace mucho que no salgo del despacho…
Existen zocos pero también centros comerciales, Carrefour y cadenas de comida americanas. La ciudad está llena de jardines y flores, en gran contraste con la arena y las pocas plantas que crecen de forma natural. Casi toda el agua que se usa es desalinizada y los jardines se riegan con agua gris, reutilizada, que los deja muy verdes, pero a veces también con un olorcillo que las flores no consiguen disimular. Las ciudades son inmensas, pensadas para moverse en coche, con rascacielos y edificios altos, y con muchas mezquitas en Sharjah. Ya echaba de menos oír la llamada a la oración desde los minaretes. 

Tenemos horarios intensivos en el trabajo, hay que aprovechar los días, y el segundo día de muestreo vamos hasta la costa este y descubro que hay montañas que llegan a los 2000 metros, otra cosa que no sabía. Descubrimos también que en los Emiratos hay 40 millones de palmeras y que hay muchos más tipos de dátiles que los que conocemos en casa.
Tenemos la gran suerte de poder visitar la Reserva de Dunas de Dubai, un sitio al que solo se puede entrar pagando mucho dinero o haciendo investigación. Ambos revierten en la conservación de la Reserva que se autofinancia por los safaris y el lujoso hotel que hay dentro donde la estadía más barata es de 3500 euros. Es el primer desierto de dunas móviles que visito y es inmenso, lindo, hipnótico cuando el viento arrastra la arena. Nos cuentan que este lugar es uno de los preferidos del jeque y de vez en cuando viene a darse una vuelta, y como en todos los parque donde esto sucede hay historias divertidas. Vemos orix y gacelas, y por fin comemos algo típico del desierto: dátiles con zahrat, pan plano con un pesto árabe muy sabroso, y hawat de postre, un dulce muy rico que no consigo describir.
La experiencia de los Emiratos no está completa sin ir a Dubai, que es uno de los centros de comercio y ocio más importantes del mundo. Dubai es inmenso pero con el poco tiempo que tenemos sólo vemos rápidamente el antiguo puerto y los zocos del oro y las especias y la zona del Dubai Mall y la Burj Kalifa. Por Dubai pasa el 80% del comercio de África y Asia, y el antiguo puerto contribuye para esto, pero aquí no existen contentores ni barcos modernos. La mercancía, que incluye electrodomésticos, se acumula en el paseo a lo largo de kilómetros de ría y es transportada en barcos de madera que ya vivieron mucho. Parece mentira que esto exista a pocos kilómetros del Dubai Mall. Ahí pierdo la cuenta de las veces que digo “impresionante”, y eso que los centros comerciales y el lujo no son cosas que yo busque en los viajes, pero aquí no hay otra que rendirse al buen gusto y a la enormidad de lo que te rodea. Una cena riquísima en un restaurante libanés completa nuestra experiencia y nos da fuerzas para recorrer el lago donde se asoman el centro comercial más grande de mundo, con oceanario dentro, la nuevísima Opera de Dubai y el edificio más alto del mundo, la Burj Kalifa que con 828 m de alto contiene, además de viviendas y hoteles exclusivos, la bomba usada en el proceso de desalinización de casi toda el agua que se consume aquí. Es fascinante y lo es aún más por el contraste con el desierto que les rodea.

El viaje me ha fascinado, por la novedad, por ser menos conservador de lo que esperaba (¿quien dijo que las mujeres no pueden correr en la calle?), por la hospitalidad y seguridad, y sobre todo por la diversidad de gentes que hay aquí. La riqueza atrae a muchos trabajadores de otros países, sobre todo del mundo musulmán, asiáticos y africanos. A ellos se juntan los muchos turistas que llegan en su mayoría del este de Europa y de otros países árabes, africanos y asiáticos. No solo la fisionomía de todos ellos es diferente, sino que, en muchos casos tanto los que viven aquí como los turistas llevan sus ropas tradicionales, lo que hace todo mucho más exótico. Ayer en la cena hasta había tres japonesas arregladas con los kimonos y todos sus adornos. Eso tampoco lo había visto antes.

Ya voy de camino hacia el oeste en un A380 comodísimo. No he conseguido dormir en el vuelo y eso que la noche pasada solo dormí dos horas. Pero ahora estamos sobrevolando Egipto y acabo de ver las pirámides desde el avión. No me puedo quejar.