miércoles, 2 de mayo de 2018

El país de los 45 millones de palmeras



Y de repente aparece la oportunidad en el trabajo de visitar los Emiratos Árabes Unidos. Hace dos años que no hago un viaje largo, de esos de avión de verdad, de los grandes y aunque no sé casi nada sobre los Emiratos parece un sitio muy interesante pero al que no iría de vacaciones. Vamos, que ni me lo pienso. Ese mismo día me ponen en contacto con un profesor de la Universidad de Sharjah que está interesado en colaborar con nosotros y él se encarga de invitarnos.

 
Los Emiratos son siete, aunque yo solo conocía Abu Dhabi y Dubai. Sharjah está al lado de Dubai, y es el Emirato dedicado a la educación, la cultura y las tradiciones. La ciudad es nuevísima, como todas las ciudades que veremos, y como el país. Hace poco más de cincuenta años eran tribus nómadas adaptados a la vida en el desierto. El petróleo y el rompedor jeque Zayed cambiaron todo. Zayed formó la federación de los Emiratos, y apostó por la educación y por el crecimiento del país basado en el conocimiento. Claro que esto no sería posible sin el petróleo, pero no todos los países que tienen petróleo lo invierten igual. Nos impresiona la dimensión de todo, especialmente de la universidad el primer día. Es una verdadera ciudad dentro de Sharjah con edificios bellísimos e imponentes para las facultades, con viviendas para los funcionarios y docentes, y con condiciones de laboratorios que ya las querría yo. Es una gran apuesta que sirve no sólo para la población local sino como fuente de ingresos porque dos tercios de los estudiantes son extranjeros. La mayoría del profesorado también es extranjero lo que hace muy divertidas las reuniones, en la primera somos cinco cada uno con una nacionalidad: España, Portugal, Egipto, Camerún y Argelia. Se ven muchos chicos y chicas vestidos de forma tradicional, ellos de blanco, ellas de negro, pero también chicas sin velo y algunos pocos vestidos siguiendo la moda occidental. Nuestro nuevo amigo nos dice que poco a poco se van dejando atrás formas más conservadoras. Y, de hecho, a pesar de lo que nos habían dicho, no es necesario taparse el pelo y los brazos. El pañuelón sólo lo uso para resguardarme del aire acondicionado. Sorprende en la universidad el interés y las ganas de los profesores y estudiantes que conocemos. Supongo que hace mucho que no salgo del despacho…
Existen zocos pero también centros comerciales, Carrefour y cadenas de comida americanas. La ciudad está llena de jardines y flores, en gran contraste con la arena y las pocas plantas que crecen de forma natural. Casi toda el agua que se usa es desalinizada y los jardines se riegan con agua gris, reutilizada, que los deja muy verdes, pero a veces también con un olorcillo que las flores no consiguen disimular. Las ciudades son inmensas, pensadas para moverse en coche, con rascacielos y edificios altos, y con muchas mezquitas en Sharjah. Ya echaba de menos oír la llamada a la oración desde los minaretes. 

Tenemos horarios intensivos en el trabajo, hay que aprovechar los días, y el segundo día de muestreo vamos hasta la costa este y descubro que hay montañas que llegan a los 2000 metros, otra cosa que no sabía. Descubrimos también que en los Emiratos hay 40 millones de palmeras y que hay muchos más tipos de dátiles que los que conocemos en casa.
Tenemos la gran suerte de poder visitar la Reserva de Dunas de Dubai, un sitio al que solo se puede entrar pagando mucho dinero o haciendo investigación. Ambos revierten en la conservación de la Reserva que se autofinancia por los safaris y el lujoso hotel que hay dentro donde la estadía más barata es de 3500 euros. Es el primer desierto de dunas móviles que visito y es inmenso, lindo, hipnótico cuando el viento arrastra la arena. Nos cuentan que este lugar es uno de los preferidos del jeque y de vez en cuando viene a darse una vuelta, y como en todos los parque donde esto sucede hay historias divertidas. Vemos orix y gacelas, y por fin comemos algo típico del desierto: dátiles con zahrat, pan plano con un pesto árabe muy sabroso, y hawat de postre, un dulce muy rico que no consigo describir.
La experiencia de los Emiratos no está completa sin ir a Dubai, que es uno de los centros de comercio y ocio más importantes del mundo. Dubai es inmenso pero con el poco tiempo que tenemos sólo vemos rápidamente el antiguo puerto y los zocos del oro y las especias y la zona del Dubai Mall y la Burj Kalifa. Por Dubai pasa el 80% del comercio de África y Asia, y el antiguo puerto contribuye para esto, pero aquí no existen contentores ni barcos modernos. La mercancía, que incluye electrodomésticos, se acumula en el paseo a lo largo de kilómetros de ría y es transportada en barcos de madera que ya vivieron mucho. Parece mentira que esto exista a pocos kilómetros del Dubai Mall. Ahí pierdo la cuenta de las veces que digo “impresionante”, y eso que los centros comerciales y el lujo no son cosas que yo busque en los viajes, pero aquí no hay otra que rendirse al buen gusto y a la enormidad de lo que te rodea. Una cena riquísima en un restaurante libanés completa nuestra experiencia y nos da fuerzas para recorrer el lago donde se asoman el centro comercial más grande de mundo, con oceanario dentro, la nuevísima Opera de Dubai y el edificio más alto del mundo, la Burj Kalifa que con 828 m de alto contiene, además de viviendas y hoteles exclusivos, la bomba usada en el proceso de desalinización de casi toda el agua que se consume aquí. Es fascinante y lo es aún más por el contraste con el desierto que les rodea.

El viaje me ha fascinado, por la novedad, por ser menos conservador de lo que esperaba (¿quien dijo que las mujeres no pueden correr en la calle?), por la hospitalidad y seguridad, y sobre todo por la diversidad de gentes que hay aquí. La riqueza atrae a muchos trabajadores de otros países, sobre todo del mundo musulmán, asiáticos y africanos. A ellos se juntan los muchos turistas que llegan en su mayoría del este de Europa y de otros países árabes, africanos y asiáticos. No solo la fisionomía de todos ellos es diferente, sino que, en muchos casos tanto los que viven aquí como los turistas llevan sus ropas tradicionales, lo que hace todo mucho más exótico. Ayer en la cena hasta había tres japonesas arregladas con los kimonos y todos sus adornos. Eso tampoco lo había visto antes.

Ya voy de camino hacia el oeste en un A380 comodísimo. No he conseguido dormir en el vuelo y eso que la noche pasada solo dormí dos horas. Pero ahora estamos sobrevolando Egipto y acabo de ver las pirámides desde el avión. No me puedo quejar. 


viernes, 1 de septiembre de 2017

Tour alrededor del Mont Blanc - 4

La etapa que nos lleva de vuelta a Francia es más corta. Hoy tenemos que subir al Col de Balme para pasar de nuevo a Francia. La subida es bastante fácil, y la llegada al Col de Balme muy chula. El refugio de ventanas rojas que está justo en el collado le da personalidad. Además, la cumbre del Mont Blanc empieza a verse cuando te aproximas y es imponente. Es la primera vez que vemos su cara francesa. Las vistas del valle de Chamonix desde el Col de Balme son fantásticas y pasamos un buen rato aquí haciéndonos fotos, adivinando cuáles son los picos y glaciares que se ven y, simplemente, disfrutando de estar allí. Es un collado muy concurrido, no solo por los senderistas sino por corredores que vienen a entrenar y gente que sube en el teleférico cercano. Desde el Col de Balme nos desviamos hacia la Aiguillette des Posettes lo que nos permite seguir disfrutando de las vistas y del día. Las palabras se quedan cortas incluso para hacer una lista de todo lo que hay aquí, y mucho más para intentar describirlo. Hoy acabaremos la etapa antes de comer llegando a uno de los refugios más bonitos de todo el tour. Una casa de madera en medio de Tré-le-Champ es nuestro destino, llegamos antes de comer y fuera tiene unas mesas, también de madera, magníficas. Celebramos la vuelta a Francia aquí rodeados de casas de madera oscura y flores, glaciares y montañas. Si lo intentas imaginar no podría ser más bonito. Somos conscientes de que el sol ayuda a la estampa idílica que tenemos del sitio, pero esa consciencia dura poco. La segunda botella de cerveza nos hace olvidarnos de los caminos, el polvo, las piedras y las subidas. Sólo existen estas mesas, el sol, los amigos, las risas y la cerveza. Hasta podríamos pasar sin comer hoy. O eso pensamos hasta que alguien más sensato decide que es mejor pedir unas tablas de quesos. Rico riquísimo.


El refugio de la Boerne es muy bonito y muy pequeño. Por dentro es todo madera así que parece que estás en un barco. Es un sitio muy curioso donde todos los rincones están aprovechados. Igual de aprovechados son los coreanos con los que compartimos el desayuno al día siguiente. La fruta aquí es un artículo de lujo y el que ellos se lleven toda la que había en el plato común casi provoca un conflicto internacional. La suerte que tienen es que seguimos de buen humor de la fiesta del día anterior.

Apenas nos quedan dos etapas para acabar el TMB. Al día siguiente, día 9 de ruta, dormimos en el refugio de La Flégère, pero sólo después de hacer muchas cosas. Estos días en el valle de Chamonix son muy entretenidos, desde luego si te gusta la montaña aquí es imposible aburrirse. Para ir de Tré-le-Champ hasta el refugio vamos a pasar por el Lac Blanc, lago de postal y excursión de un día desde Chamonix. Nosotros llegaremos después de pasar la Aiguillete d'Argentière y de subir varias escaleras que ponen a prueba el miedo al vacío y el vértigo. Este es el camino más corto para ir a los Lacs des Chéserys y al famoso Lac Blanc y claro que nadie se da la vuelta. Es cansado subir con la mochila por las escaleras metálicas, pero, una vez más, la experiencia y las vistas merecen mucho la pena. Eso sí, en la orilla del lago toca bocadillo y siesta, como buenos excursionistas. Cuando empieza a nublarse emprendemos el camino de bajada con mucha piedra y escalón que nos lleva al refugio de La Flégère. Nos cruzamos una vez más con el grupo de jubilados norteamericanos y la señora de la falda naranja. El refugio de hoy es grande y nos toca habitación con ventanal y vistas. No está muy lleno, debe ser por la cercanía a los pueblos de Chamonix así que todos los asuntos cotidianos, ducha, lavar ropa, cargar baterías, son fáciles. Pasamos la tarde admirando las vistas: el Mont Blanc, los glaciares, la Mer de Glace, las Drus. Las nubes juegan con las cimas y con la Aguille de Midi. Anuncian un día lluvioso para nuestra última jornada.

El último día de nuestro TMB amanece lluvioso, neblinoso, pasado por agua. Parece que después de tanto día con sol no nos vamos a escapar de mojarnos. Salimos todos equipados, hay que estrenar las chaquetas y capas de agua, pero el mal tiempo era sólo una amenaza. Vamos por un sendero bastante aéreo a veces dentro de la nube, pero poco a poco va abriendo y vemos la niebla en el valle, enredada en los pinos de las laderas y bailando con el calor del sol que empieza a notarse. El TMB nos despide con un juego de nubes y luces que aún no nos había ofrecido. Nuestro último punto alto es el Brévent con 2525 m. El camino para llegar a su cima es sorprendente porque deja el valle principal para atacarlo entre rocas y escaleras de lajas de piedra por su parte de atrás. Un recorrido divertido donde no faltan las cabras montesas y que da sensación de estar perdido en medio de Gredos. Sin embargo a la cima del Brévent llega un teleférico y hay una explanada con carteles que cuentan la historia geológica y glaciar del sitio. Nada que ver con la soledad de las rocas de la subida. Aquí acabamos el embutido extremeño que había aún, retrasando la bajada mientras esperamos a ver si las nubes abren y nos dejan ver la cima del Mont Blanc. No hay suerte y empezamos el camino de bajada que está bien trazado con grandes zetas que nos llevan al refugio Bellachat con vistas fantásticas de los glaciares y desde el que vemos  cordadas subiendo al Mont Blanc de Tacul y un helicóptero de rescate. Es otro sitio carísimo, aquí se le saca buen partido a las vistas y las ganas de sentarte en las mesas. Desde aquí podríamos ir directos a Chamonix, donde dormiremos hoy, pero todos queremos cerrar el círculo y hacemos la bajada más larga hasta Les Houches. Es raro acabar, saber que al día siguiente ya no caminaremos y yo estoy un pelín triste. En cuanto llegamos a los coches se pone a llover. Nos vamos a Chamonix, dormiremos en el albergue de la juventud con unas instalaciones estupendas y celebraremos el final de esta aventura con cerveza y futbolín después de cenar.  Durante diez días hemos compartido cuestas, historias, risas y paisajes magníficos. Y esta noche compartimos la felicidad del camino completado, del reto superado. El TMB ha superado con creces mis expectativas. He sido feliz saltando entre sus piedras y teniendo la oportunidad de disfrutar tantos días de personas excepcionales. El viaje, el sueño, se acaba. Pero llevo conmigo la luminosidad de estas montañas, y bien guardaditos, los abrazos y las risas de estos días a los que volveré cuando os empiece a echar de menos.




martes, 29 de agosto de 2017

Tour alrededor del Mont Blanc - 3

Nos despedimos de las tumbonas, del Mont Blanc y del Refugio Bertone con ganas de quedarnos todo el día vagueando al sol. Pero nos espera el sendero y un nuevo refugio esta noche así que hay que ponerse en marcha. Hoy vamos al Refugio Elena pero en vez de seguir el TMB oficial haremos la variante de la Testa Bernarda. No hay palabras para describir la belleza de este camino que nos lleva por una sierra verde entre dos cadenas de montañas pedregosas y con vistas de lujo sobre las Grandes Jorasses. 


Aprovechamos para descansar y admirar estas enormes moles de piedra antes de alcanzar la Testa della Tronche y seguir una bajada vertiginosa al Col Sapin. Courmayeur vuelve a estar a nuestros pies, y este Col sería el camino más directo para venir desde el pueblo, pero así nunca habríamos visto el Refugio Bertone. Hoy hace un día estupendo que nos permite tumbarnos al sol más de una vez. Esta variante del TMB parece menos concurrida y atravesamos los valle de Armina y de Malatrà sin ver a nadie más. Estar solos en medio de estos paisajes no tiene precio. Además, este recorrido es una locura de cosas bonitas. Entre los valles existe un paso entre una montaña de piedra y otra verde. Un circo glacial cierra el valle de Malatrà en su parte superior y bajamos entre miles de flores y mariposas. Me concentro para grabar en mi memoria la bajada como flotando entre tantos colores. Soy feliz.
La parada para comer la haremos en las mesas del Refugio Bonatti, una vez más con vistas impresionantes de las Jorasses y los glaciares. El TMB no pierde una oportunidad para mostrar la grandiosidad de los Alpes y no hay forma de cansarse, cuando menos lo esperas te encuentras algo magnífico. Aún tenemos que bajar al valle, atravesando un torrente bendecido con banderas tibetanas, y hacer una nueva subida para llegar al Refugio Elena. Un viento helado sopla en la última parte del camino y entrar en el restaurante del Refugio es un alivio. Está en un sitio espectacular, una vez más, pero el frío que hace nos impide disfrutar de las vistas del glaciar. Lo bueno es que dentro se está bien, el refugio es amplio, la habitación y las duchas son muy cómodas y la cena está riquísima. Eso sí, la cerveza en la barra es un robo a mano armada. 
La siguiente etapa nos llevará a Suiza a través del Gran Col Ferret. Sigue haciendo frío cuando salimos del refugio aunque a las cabras montesas que triscan al borde del precipicio no parece importarles. La subida la vuelvo a hacer con Jesús, en este viaje nos hemos hecho compis de subidas y de algunas bajadas. Ha sido una suerte porque me estaba perdiendo una persona estupenda a la que apenas conocía. Desde el collado tenemos a la vista muchas montañas, entre las que destaca el Monte Rosa. Se ve también el inicio de la bajada a Suiza por un valle verde, como corresponde, que nos va a llevar a La Peule, con refugio, bar, mesas al sol y yurtas como almacén. Tras un breve descanso en las mesas de madera seguimos porque la etapa de hoy tiene unos 24 km y aún nos queda mucho. A partir de aquí vamos a caminar por el valle entre alerces y pinos altísimos y entre pueblitos suizos con sus típicas casas de madera. Almacenan la leña de una forma muy curiosa, apilada siguiendo la pared de las casas dándoles un aspecto muy curioso. En Issert nos reagrupamos para hacer la subida a Champex-Lac, bonito pueblo de vacaciones al lado de un lago suizo donde dan ganas de relajarse y ser rico. En la cena en la Pension-en-Plein-Air casi se me saltan las lágrimas con la ensalada magnífica que nos ponen de primer plato. Son las primeras verduras frescas que vemos en seis días. Y además están buenísimas.


La séptima etapa entre Champex-le-lac y Trient la hacemos por la variante de la Fenêtre d'Arpette. Es una de las etapas más bonitas del TMB. Salimos del pueblo entre bosques, valles y vacas por un camino cada vez más empinado y estrecho. Pasados los árboles vemos a lo lejos la Fenêtre, el collado que tenemos que atravesar y la pedregosa subida para llegar a él. Es una etapa muy montañera que me coincide con uno de esos días en que tengo el espíritu de la cabra montesa despierto, así que me lo paso como una niña pequeña subiendo a la Fenêtre por un sendero pedregoso, saltando entre las rocas enormes de la morrena y subiendo la pedrera final. En el collado se está genial, no hace viento, no hay nubes y hacia el otro lado tenemos el glaciar de Trient justo al lado. Es un espectáculo increíble y disfruto de los momentos allí arriba. Soy feliz otra vez. Es difícil explicar la sensación de bienestar infinito que tengo en este collado.
El sendero de bajada desde la Fenêtre es más técnico y empinado de lo que parecía, pero las vistas son magníficas. El glaciar nos acompaña un buen rato y es una excusa perfecta para parar a hacer fotos, y descansar un poco. En la parte baja del valle entramos en un bosque de pinos cembro enormes, con un sendero disfrutón en el que jugamos a que nos persiguen los indios. Es largo y hace calor pero al final llega la recompensa en forma de chiringuito muy cuco con sus mesas de madera y su cerveza fresquita. Desde luego, esto del TMB está muy bien organizado. Aquí nos relajamos porque ahora tenemos un sendero corto y fácil, siguiendo antiguas acequias, para llegar a Trient, el minipueblo suizo de iglesia de color rosa. Hoy dormimos aquí, hace una tarde estupenda y las habitaciones son cómodas. La fondue de la cena no nos parece tan estupenda pero había que probarla que para eso estamos en Suiza. Mañana un nuevo collado nos llevará de vuelta a Francia.


miércoles, 23 de agosto de 2017

Tour alrededor del Mont Blanc - 2



El segundo día subimos a dormir en la Croix du Bonhomme, un refugio enorme en entorno alpino, pasamos los paisajes amables de valles y bosques cuidados para llegar al reino de la roca y los horizontes afilados. Siempre sobrecoge la montaña desnuda, grandiosa, y a los más montañeros del grupo nos gusta mucho esta etapa. El refugio es muy bonito por fuera y por el sitio donde está pero al ser tan grande pierde bastante encanto en las zonas comunes. De todas formas con el frío que hacía en el Col du Bonhomme se está muy bien aquí resguardado. Tal vez por la altura, tal vez por el frío, por la sopa de la cena o por lo bien que nos sentimos pasamos la sobremesa de la cena en la terraza observando las cabras montesas y riéndonos como niños con el camarada Gagarin. 


La etapa siguiente nos lleva al Col des Fours para bajar después entre flores, cojines alpinos y riachuelos de deshielo. Llegamos a la Ville des Glaciers, cuatro casas con vaquería y quesería donde hacen el riquísimo queso Beaufort. Claramente tenemos que comprar un trozo y de paso ver el almacén donde están estos quesos grandes, bonitos y sabrosos. Cuando estamos saliendo de la Ville llegan las vacas, muchas, todas con cencerro y con su andar pausado y tenemos la excusa perfecta para quedarnos un poco más en la sombra. Algunas horas más tarde el camino nos llevará al Col de la Seigne, que marca la frontera con Italia y nos ofrece, además de viento helado, la cara sur del Mont Blanc. La parte italiana parece mucho más agreste que lo que hemos visto en Francia y parece que es aquí donde los alpinistas duros abrían vías nuevas. Como para confirmarlo, el viento helado nos acompaña en todos los collados y refugios los tres días que pasamos en la parte italiana del Tour. Del Col de la Seigne bajamos al Vallon de la Lex Blanche, un valle glaciar de libro, donde aparece entre dos glaciares el refugio Elisabetta Soldini, nuestro sitio de pernocta. La localización es espectacular pero el refugio lleno a rebosar es incómodo, dormimos como sardinas en lata y nos volvemos a encontrar con un grupo de israelitas que tampoco son demasiado simpáticos. En cambio, después de la cena en la entrada se junta un grupo de británicos contando batallitas y bebiendo vino muy divertidos. El cuarto día nos baja por este Vallon precioso hasta el glaciar de Miage, que ahora es más morrena enorme que glaciar. Es impresionante verlo desde la ladera opuesta, así se entiende fácilmente cómo un glaciar puede excavar un valle. Va a ser una etapa larga y con mucho desnivel, que nos llevará al Col de Checrouit donde hay carteles del Ultra Trail del Mont Blanc, una terraza estupenda, y una estación de esquí. Y pensar que el mismo recorrido que estamos haciendo lo hacen corriendo en el Ultra Trail.
La bajada del Col de Checrouit a Courmayeur es una de las más empinadas de la travesía, eso sí, hay un bar estratégicamente situado al final de la misma donde nos roban por las cervezas. Esto de pagar mucho dinero por la cerveza parece una costumbre del TMB. Esta dura bajada amenaza con convertirse en un punto negro del TMB. Para mí no hay que darle tantas vueltas, es parte del camino, cansa, te llena de polvo, te aburre de bajar, más aún sabiendo que tendrás que subir dentro de poco, pero hay que hacerla, sufrirla, y disfrutarla. Si fuera plano no tendría ninguna gracia, y como dice mi nueva familia CTR: si fuera fácil no sería para nosotros.
Para recuperar fuerzas decidimos comer pizza, y tomar otra cervecita, en un sitio al lado de la estación de Courmayeur. La dueña es simpática, las pizzas estás riquísimas, no voy a olvidar la vegetariana, estamos a la sombra, de vacaciones, en buena compañía... qué más se puede pedir... Pues una subida en un sendero en zigzag por un bosque que te lleve al Refugio Bertone, que es justo lo que tendremos. Vamos subiendo, poquito a poquito, y de repente aparece el refugio sobre nuestras cabezas, mucho antes de lo esperado. Un refugio grande, de piedra, con terraza de piedra, con pinta acogedora y con una zona de tumbonas para admirar el Monte Bianco, que ahora no es el Mont Blanc porque lo vemos desde Italia. Entra rápidamente en el top10 de la lista de sitios donde he dormido, a pesar de que haya sólo dos duchas y de que cenemos polenta. Antes de las seis de la mañana la luz del amanecer se refleja en la nieve del Monte Bianco y allí estamos todos esperando ver los tonos naranjas y rosados sobre el gran monte, admirando un nuevo día en este sitio espectacular. 


Tour alrededor del Mont Blanc - 1

Hace siete años me fui con el grupo de sospechosos habituales del verano a la Senda de Camille. Ese viaje marcó un momento de inflexión: una vuelta al monte, a las travesías, los madrugones, las cuestas, el aire fresco, las flores de verano, la amistad consolidada en los senderos.
Creo que el viaje de este año, el Tour del Mont Blanc (TMB), nace de aquella senda. No he acompañado todos los viajes del grupo en los años transcurridos entre la Senda de Camille y el Tour del Mont Blanc, pero el año pasado en una cena en Canfranc descubrimos que el bichillo de las travesías andaba inquieto y comenzamos a hablar de este Tour, un clásico para los senderistas y amantes de la montaña. En esa cena el único que no parecía convencido fue el que finalmente organizó todo. Un lujo, organización pluscuamperfecta en la que no se descuidó nada, y que estaba lista mucho antes de que ninguno de los que fuimos empezara incluso a soñar con el viaje. Para mí hacer el Tour del Mont Blanc era un sueño pendiente de realizar, así que me sentí muy afortunada por la organización y la compañía perfectas. Tal vez sólo faltó un explorador perdido.

Hay muchas formas de hacer el TMB, algunas incluso usando furgonetas, teleféricos y autobuses para no hacerlo todo a pie. Está claro que, además de ser un paraíso para los senderistas curtidos, el TMB es una gran atracción turística y de ahí la gran oferta que hay en verano de alojamientos y servicios. Encontramos algunos andarines solitarios como Bruna, bastantes australianos y norteamericanos, incluyendo una senderista de falda naranja que Ana no olvidará, algunos españoles y muchos asiáticos, de los que no guardamos gran recuerdo. Exceptuando los primeros japoneses con los que compartimos mesa el resto de coreanos y japoneses con los que coincidimos eran muy poco respetuosos, bastante desagradables y se dedicaban a robar las rebanadas de pan y la fruta de los desayunos comunes, además de colarse en las duchas, estuvieran ocupadas o no. Nada que ver con la imagen de respeto extremo que tenemos de las culturas asiáticas.

Nuestro TMB tuvo, además de camisetas exclusivas, diez etapas, unos 200 km y unos 12000 m de desnivel, que incluyen la peligrosa subida y bajada de las literas en muchos refugios, probablemente una de las actividades de mayor riesgo de la travesía. Durante esos diez días cruzamos por puertos de montaña las fronteras entre Francia e Italia, Italia y Suiza, y Suiza y Francia. Atravesar las fronteras humanas por senderos no es algo que se haga todos los días y menos en Europa. En realidad la única frontera es la impuesta por las compañías telefónicas que no tienen acuerdo con Suiza, porque para pagar se pueden usar euros sin problema. Estos suizos siempre tan prácticos en las cuestiones financieras.

Empezamos a lo grande subiendo en el teleférico desde Les Houches a Bellevue para tener una etapa inicial más disfrutona. Teleférico, bosques de abetos, alerces y pinos, glaciares colgados y una temperatura estupenda abren nuestra aventura. Las primeras horas del TMB transcurren por valles verdísimos, senderos marcados y cabañas lindísimas, todo como sacado de una postal alpina. El almuerzo a base de productos extremeños con vistas de los glaciares y valles alpinos desde el Chalet de Truc inaugura la tradición gastronómica de este grupo montañero que no viaja sin jamón, queso y vino de buena calidad. Ya se sabe, con jamón, queso y vino se hace el camino. Ese primer día dormimos en Les Contamines, en el refugio del CAF, que está lleno de fotos de montañas de Asia. Me sorprendí reconociendo sitios y personas de Nepal que yo también conozco en un refugio francés. El mundo es pequeño a veces. La primera etapa es siempre la más difícil, hay que salir de nuestro ritmo de vida sedentario y acostumbrarse a caminar con la mochila durante horas. Es una cuestión de hacerlo despacito, poquito a poquito, suave, suavecito...como bien dice la canción. Y si se tiene la suerte de disfrutar de un tiempo espléndido y un paisaje como este la dureza física se hace muy relativa. En realidad somos unos privilegiados.




domingo, 23 de octubre de 2016

Vida nómada



Hacía mucho tiempo que no volaba desde Oporto, o por lo menos esa es la sensación que tengo esta mañana cuando en mi cabeza se confunden mostradores de facturación y accesos al aeropuerto. Llego despistada, así que una vez pasados los trámites aeroportuários, decido usar el tiempo muerto en saborear un buen café portugués y una nata. Nada mejor para ponerme en el mapa.

Hace justo una semana estaba en un coche compartido al sur de España, de camino a Coimbra tras unas semanas ajetreadas de trabajo y coche. Toca analizar todo lo que hemos estado haciendo en el campo este año y eso lleva su tiempo. Como no todo va a ser ordenador y ciencia hubo tiempo para vinos, tapas y ver amigos, y para salir al monte a recuperar energías y vivir el cambio de estacion. El último fin de semana con tiempo veraniego lo aprovechamos paseando 40 km de la Alpujarra, con sus moras, higos y frambuesas maduras y dulcísimas, las primeras nueces y castañas, y con sus pueblos que huelen a jamón. Tres días después llegó la lluvia, tan necesitada, y en la parte alta de Sierra Nevada las primeras nieves. Como si el tiempo me quisiera hacer un regalo de despedida ese sábado amaneció despejado, un día de otoño fresco y con sol, inmejorable para disfrutar la nieve recién caída, abundante y blanquísima. El madrugón mereció la pena, por los colores del cielo, por la sombra de la sierra sobre Granada, y por pisar una nieve nueva y limpia que nos llevó a la cima del Veleta. Desde allí una vista fantástica de la Sierra, del Mediterráneo, y del mar de invernaderos de Dalías y El Ejido. Eso fue hace una semana. Dos días más tarde estaba en mi despacho. En menos de una semana ya estoy fuera. Esta vez para descubrir bosques de clima templado y lluvioso, que prometen paisajes espectaculares y un probable resfriado.

Últimamente no me da tiempo a acostumbrarme a estar en un sitio cuando ya me voy. Me siento como si estuviera haciendo un viaje continuo, como aquellos que escriben sus experiencias de varios meses de viaje por el mundo, pero sin dejar el trabajo que va siempre en la cabeza. A veces siento que es algo irreal, me despierto y no sé qué me toca hacer. También hay días que me descubro añorando una rutina que me permita ir al gimnasio, o apuntarme a clases de francés, o planificar una consulta médica. Esos días también me falta una guarida en la que refugiarme y firmaría por ser "normal". Pero sé que no tengo remedio, casi todo lo que leo son relatos de viajes y de caminatas con la consecuencia obvia de que cada vez hay más sitios donde quiero ir y menos tiempo para hacerlo.

Todo sería más fácil si existiera un solo lugar al que llamar casa donde juntar a todos los que quiero y al que volver cada vez. Pero ese es también el precio de viajar y vivir en varios sitios. Trocitos de corazón se van quedando repartidos por la geografía y (casi) nadie más parece notarlo.


viernes, 5 de agosto de 2016

De ibón en ibón



De ibón en ibón... porque molan mogollón. No podía comenzar de otra manera. Aunque sea una rima fácil, o precisamente por ello.
Por fin consigo volver a Pirineos con la gente de Cáceres (y alrededores). Es siempre una experiencia fantástica venir a la montaña con un grupo tan variado como divertido y acogedor. Cada año el grupo cambia un poco, vienen nuevos, faltan otros a los que echo de menos, a veces falto yo, pero siempre domina el buen humor y la risa fácil, además de la logística insuperable y los recorridos hermosos. Es curioso como gente que apenas se ve durante el resto del año puede pasarlo tan bien con pocas comodidades. Las personas que forman el alma de este grupo son precisamente las que me hicieron entusiasmarme con el monte hace ya muchos años. Tuve además la suerte de coincidir con alguien que se ha convertido no sólo en un gran amigo sino en el hilo conductor entre aquellas excursiones y este grupo. Pocas personas hay más acogedoras y generosas, la frase de "connecting people" deberían haberla hecho para él. Después de aquellos años iniciales estuve mucho tiempo sin salir al monte regularmente, hasta que en 2010 organizaron la Senda de Camille y me avisaron. Compartir aquella travesía me hizo darme cuenta de cómo echaba de menos andar por la montaña y de cómo me gustaba este nuevo grupo de amigos. Por eso, los veranos que no consigo unirme a vuestra semana de monte no son igual de buenos.

Este año el lugar elegido es Canfranc Estación, uno de esos sitios pequeños con una gran historia. Con una estación de tren enorme y preciosa que fue un gran reto para la ingeniería de principios de siglo XX. Durante la Segunda Guerra muchos judíos se salvaron atravesando la frontera aquí gracias a la valentía de Albert Le Lay y muchos otros. Hace tiempo que ya no es una estación internacional y pocos trenes llegan hasta ella. Ahora parece un palacio perdido en medio de las montañas, como si estuviera dormido esperando tiempos mejores. 



Y, claro, Canfranc Estación está rodeado por valles, montes, bosques, marmotas, aves y arte románico. La combinación perfecta para una semana de vacaciones. Este año la excusa para nuestras caminatas son principalmente los ibones, lagos de montaña a los que siempre se llega por algún sitio muy empinado. Pero el esfuerzo siempre merece la pena. Encontrarse con un lago en altura tiene algo especial. Y todos son diferentes: recogidos en un circo o en planicies abiertas, con vistas a la cordillera o rodeados de peñascos, con cientos de renacuajos o de aguas cristalinas.
Este año yo llego a mitad de la semana y mi primera salida es al ibón de Estanés. El recorrido es espectacular con bosques de hayas y abetos, el ibón con sus vacas y una bajada vertiginosa hacia el valle. Algunos conocemos parte del recorrido de cuando hicimos la Senda de Camille y nos sorprendemos reconociendo el prado con los arándonos y frambuesas silvestres. Volvemos a la casa del pastor francés que vende queso pero esta vez no está y nos quedamos con las ganas.
Mi segundo día vamos a los ibones de Ayanet, subiendo por la Canal Roya, un valle que acaba en un circo donde no parece que exista camino de salida. Pero sí, el sendero zigzaguea por la pared y por fin, tras un pequeño llano, nos lleva al borde del lago grande. El Midi d'Ossau se ve, impresionante, a lo lejos. Aprovechamos para subir al vértice de Anayet de color rojo, y observar desde allí a los que suben al pico o a los que se preparan para algún ultratrail. Otros aprovechan las horas para disfrutar de la paz del ibón. Lo bueno del monte es que da para disfrutarlo de la forma que más te guste. Más tarde el día se convierte en extraordinario en el ibón pequeño, un remanso de paz y buenas sensaciones donde declaramos constituida la cuadrilla Recopla.



El último de mis ibones es el de Iserias que se convierte en una pequeña aventura donde descubro muchas cosas como lo rápido que se echa la niebla en el monte o lo divertido que puede ser no tener un plan definido. El camino sigue el GR-11 por la Canal Izas, nuevamente arbolado en la parte baja siguiendo el agua y esta vez con cascadas incluidas cuando se abre el valle. La subida al ibón se hace por la derecha de la canal dejando el GR-11 y siguiendo un sendero vertiginoso pero bien definido que pasa por un pequeño refugio en un collado. El sitio del refugio, que es muy cuco, parece una postal con lirios en primer plano y los jirones de nubes por debajo. El ibón está más encajonado que los anteriores, metido en su circo glacial y lleno de renacuajos. En la bajada conozco a un chico y una chica muy simpáticos y que andan un poco despistados. Son de Pamplona y acabaran 
invitándome a que ocupe el único asiento libre que hay en su autobús de vuelta a Pamplona. Conozco así a un montón de montañeros navarros majísimos que con sus historias divertidas hacen que el viaje a Pamplona sea de lo más entretenido. Es el remate genial a un día lleno de sensaciones y me permite llegar antes de los previsto a tierras conocidas donde esperan más abrazos y sonrisas. Pero eso es otra historia...