Y de repente
aparece la oportunidad en el trabajo de visitar los Emiratos Árabes Unidos. Hace
dos años que no hago un viaje largo, de esos de avión de verdad, de los grandes
y aunque no sé casi nada sobre los Emiratos parece un sitio muy interesante
pero al que no iría de vacaciones. Vamos, que ni me lo pienso. Ese mismo día me
ponen en contacto con un profesor de la Universidad de Sharjah que está
interesado en colaborar con nosotros y él se encarga de invitarnos.
Existen zocos
pero también centros comerciales, Carrefour y cadenas de comida americanas. La
ciudad está llena de jardines y flores, en gran contraste con la arena y las
pocas plantas que crecen de forma natural. Casi toda el agua que se usa es
desalinizada y los jardines se riegan con agua gris, reutilizada, que los deja
muy verdes, pero a veces también con un olorcillo que las flores no consiguen
disimular. Las ciudades son inmensas, pensadas para moverse en coche, con
rascacielos y edificios altos, y con muchas mezquitas en Sharjah. Ya echaba de
menos oír la llamada a la oración desde los minaretes.
Tenemos horarios
intensivos en el trabajo, hay que aprovechar los días, y el segundo día de
muestreo vamos hasta la costa este y descubro que hay montañas que llegan a los
2000 metros, otra cosa que no sabía. Descubrimos también que en los Emiratos
hay 40 millones de palmeras y que hay muchos más tipos de dátiles que los que
conocemos en casa.
Tenemos la gran
suerte de poder visitar la Reserva de Dunas de Dubai, un sitio al que solo se
puede entrar pagando mucho dinero o haciendo investigación. Ambos revierten en
la conservación de la Reserva que se autofinancia por los safaris y el lujoso
hotel que hay dentro donde la estadía más barata es de 3500 euros. Es el primer
desierto de dunas móviles que visito y es inmenso, lindo, hipnótico cuando el
viento arrastra la arena. Nos cuentan que este lugar es uno de los preferidos
del jeque y de vez en cuando viene a darse una vuelta, y como en todos los
parque donde esto sucede hay historias divertidas. Vemos orix y gacelas, y por
fin comemos algo típico del desierto: dátiles con zahrat, pan plano con un
pesto árabe muy sabroso, y hawat de postre, un dulce muy rico que no consigo
describir.
La experiencia de
los Emiratos no está completa sin ir a Dubai, que es uno de los centros de
comercio y ocio más importantes del mundo. Dubai es inmenso pero con el poco
tiempo que tenemos sólo vemos rápidamente el antiguo puerto y los zocos del oro
y las especias y la zona del Dubai Mall y la Burj Kalifa. Por Dubai pasa el 80%
del comercio de África y Asia, y el antiguo puerto contribuye para esto, pero
aquí no existen contentores ni barcos modernos. La mercancía, que incluye
electrodomésticos, se acumula en el paseo a lo largo de kilómetros de ría y es
transportada en barcos de madera que ya vivieron mucho. Parece mentira que esto
exista a pocos kilómetros del Dubai Mall. Ahí pierdo la cuenta de las veces que
digo “impresionante”, y eso que los centros comerciales y el lujo no son cosas
que yo busque en los viajes, pero aquí no hay otra que rendirse al buen gusto y
a la enormidad de lo que te rodea. Una cena riquísima en un restaurante libanés
completa nuestra experiencia y nos da fuerzas para recorrer el lago donde se
asoman el centro comercial más grande de mundo, con oceanario dentro, la
nuevísima Opera de Dubai y el edificio más alto del mundo, la Burj Kalifa que
con 828 m de alto contiene, además de viviendas y hoteles exclusivos, la bomba
usada en el proceso de desalinización de casi toda el agua que se consume aquí.
Es fascinante y lo es aún más por el contraste con el desierto que les rodea.
El viaje me ha
fascinado, por la novedad, por ser menos conservador de lo que esperaba (¿quien
dijo que las mujeres no pueden correr en la calle?), por la hospitalidad y
seguridad, y sobre todo por la diversidad de gentes que hay aquí. La riqueza
atrae a muchos trabajadores de otros países, sobre todo del mundo musulmán,
asiáticos y africanos. A ellos se juntan los muchos turistas que llegan en su
mayoría del este de Europa y de otros países árabes, africanos y asiáticos. No
solo la fisionomía de todos ellos es diferente, sino que, en muchos casos tanto
los que viven aquí como los turistas llevan sus ropas tradicionales, lo que
hace todo mucho más exótico. Ayer en la cena hasta había tres japonesas
arregladas con los kimonos y todos sus adornos. Eso tampoco lo había visto
antes.
Ya voy de camino
hacia el oeste en un A380 comodísimo. No he conseguido dormir en el vuelo y eso
que la noche pasada solo dormí dos horas. Pero ahora estamos sobrevolando
Egipto y acabo de ver las pirámides desde el avión. No me puedo quejar.