De
vuelta de Gorongosa
Los
últimos días pasan volando, tenemos que acabar los trabajos empezados,
organizar las muestras y dejar las colecciones bien preparadas para que queden
almacenadas en el Parque hasta la próxima visita. Estamos satisfechos, a pesar
de las incertidumbres iniciales nos vamos con datos y con todo preparado para
comenzar el grueso del trabajo después de las lluvias. Como si tuviéramos pocas
cosas por hacer, el depósito nos avisa de que nuestro 4x4 se queda sin gasóleo
y tenemos que hacer un viaje in extremis a Vila Gorongosa para repostar. Lo
bueno de este viaje es que nos da la oportunidad de pasar unas horas con
Tongai, futuro experto en plantas del Parque y nuevo amigo mozambicano, y de
conocer un poco más la realidad de esta parte del mundo.
Disfrutamos
de las últimas puestas de sol en Gorongosa. Una que se convierte en una fiesta
a la que sólo podemos quedarnos unos minutos y la otra que nos lleva recorrer
la orilla del Sungue para despedirnos de pelicanos, avutardas, cigüeñas, mangostas,
pivas, oribis y jabalíes. Decimos “até já” al lago Urema, al río Pungue, a los
baobabs y a los ñús y cebras que aún no hemos visto en este viaje.
El
sueño se acaba y nos quedan casi tres días de viaje para llegar a la comodidad
de casa. Pero nada es aburrido en África y así, en el camino hacia Beira, donde
tenemos que dormir para coger nuestro primer vuelo, volvemos a pasar por
carreteras inacabadas con niños haciéndose pasar por trabajadores y que piden
dinero por llenar los agujeros de arena, nos paran tres soldados que nos piden
dinero y se nos llena el coche de brazos con bolsas de anacardos a la venta.
Los anacardos están riquísimos pero como buenos europeos no somos lo
suficientemente rápidos en la compra, y todos los pequeños vendedores intentan
colarnos sus bolsas.
Beira
es una ciudad extraña. Hay una zona nueva que parece floreciente pero el centro
parece parado en el tiempo con edificios en mayor o menor grado de degradación.
También con calles y casas en las que aún se puede apreciar lo que fue esta
ciudad en esta época y gente sonriente y habladora. En nuestro gran paseo pasamos
por lo que fue el Gran Hotel y que ahora es una imagen apocalíptica, refugio
seguramente de los que no tienen otro sitio, y que nos hace estremecer. El
viento del Índico y los niños jugando y riendo en la playa son el contrapunto
de esa imagen. Gente bonita, niños riendo, la brisa del mar y el sonido de las
olas. El cónsul portugués nos dijo que Beira no es África sino que es el
occidente del oriente refiriéndose a la ruta de las Indias que durante siglos
llegó a estas costas. Tal vez tenga razón.
Al día
siguiente hacemos una rápida visita al centro de Maputo, entre la llegada de
Beira y nuestro vuelo hacia Europa que sale por la noche. Si pienso en las
aldeas que dejamos atrás en la provincia de Sofala, Maputo parece de otro
planeta. Aunque con basura en las calles, Maputo es una ciudad y eso se nota en
los coches, en la ropa, en los cafés y restaurantes. Deambulamos en el mercado
de los artesanos y hasta la Baixa para ver los monumentos recomendados.
Coincidimos con la hora de salida del trabajo y las carreras para coger un tren
en el que parce imposible que quepa más gente. Lo mejor, como casi siempre, son
las personas que encontramos. Como Doña Magdalena, que vende cacahuetes
mientras descasca anacardos, la castaña del cajú como se le llama aquí y nos
conquista con su risa. Se ríe mientras nos cuenta el proceso, ríe con el
corazón, con el cuerpo, demostrándonos que la alegría es una cualidad que nace
de dentro.
En el
aeropuerto encontramos uno de los personajes más rastreros de todo el viaje.
Nos quiere sablear por haber dejado las maletas al cuidado de la gente de
información. Si voláis allí no os dejéis engañar. No es un buen representante
de la mayoría de mozambicanos que hemos conocido.
Finalmente
volamos hacia el Norte, por encima del inmenso desierto del Sahara, y vuelvo
con la certeza de que el viaje ha sido un éxito. No sólo por los sitios, las
aventuras y personas extraordinarias que he conocido y que en muchos casos me han emocionado. No podía haber elegido
mejores compañeros para esta aventura. Volvemos seguros de querer seguir trabajando juntos, y
sobre todo volvemos siendo más amigos. Qué más se puede pedir...