De repente me doy cuenta de que mis nombres de referencia estos días parecen sacados de un libro de aventuras. Estoy al este de la región de Anatolia Oriental. Muchas culturas han pasado por aquí, y ahora es tierra de kurdos. Ellos son los que viven en el Ararat, como pastores seminómadas y ahora también como guías para subir a su cima. Aquí se habla kurdo, no turco, y son gente alegre y orgullosa de su cultura.
Dogubeyazit es tierra de frontera, Irán y Armenia están a menos de 40 km, y eso le da un aire extraño, de contrastes. Suciedad y muchas sucursales de banco, pobreza y cochazos, muchas tiendas de ropa y panaderías y una que vende pistolas y rifles enfrente del hotel.
El Ararat se levanta imponente sobre la llanura. Finalmente, salimos hacia esta montaña de leyenda en un camión que nos lleva junto con un alemán que será nuestro compañero, el guía, el cocinero, material y comida a 2000 m de altura donde comenzamos a caminar. Los horarios que nos habían dado para llegar al campo 1 y al campo 2 se nos quedan cortos, incluso parando a tomar té con unos pastores y en un improvisado 'Ararat Café' a más de 3000 m de altura. Donde daban nueve o diez horas de caminata hacemos cinco. Parece que el programa está pensado para turistas, y pronto descubrimos que la subida al Ararat, al ser técnicamente fácil, es vendida en paquetes turísticos como parte de la experiencia de descubrir esta región. Además está regulado de forma que tienes que venir con una agencia y no puedes subir por tu cuenta. En teoría son 3 días en la montaña para aclimatar a la altura, pero los guías dicen que va a hacer mal tiempo y que para asegurar la cumbre podíamos intentar subir en un día. Yo no sé como reaccionará mi cuerpo, soy la única que no ha estado antes a 5000 m, pero el desafío es tentador y nos lanzamos. Dormimos unas pocas horas en el campo 2 y salimos de madrugada por una pedrera empinada que nos deja ya cerca de la nieve. Caminar por el glaciar es precioso, se ve la cima ya y la nieve helada le da un toque mágico. Llegar a la cima es emocionante. Se ha metido una nube que impide ver nada y me da rabia porque las vistas desde aquí deben ser impresionantes. Sin embargo, la nube no afecta a la emoción y la satisfacción de estar aquí. Estoy feliz. Es bonito estar aquí arriba...aunque no hay ni rastro del Arca de Noé...
Ahora sólo falta bajar, dormir una noche más con este aire fresco y disfrutar de las vistas. Para la última cena en la montaña no juntan con un grupo de diez alemanes y matan una oveja para darnos de cenar a todos. De vuelta en Dogubeyazit iremos al Hamam, los famosos baños turcos, donde podemos dejar todo el polvo que traemos de nuestra corta e intensa expedición y relajarnos echándonos agua por encima al ritmo que pida el cuerpo.
Mañana aún veremos el palacio de Ishak Pasha antes de volver al coche, a los kilómetros que ahora nos irán acercando hacia casa, hacia lo conocido.
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