La
cordillera de los Andes nos acompaña en el vuelo hacia el norte y cerca de
Antofagasta se comienza a ver el desierto. Tierra, más tierra y nada más. Antofagasta
es una ciudad grande, caótica, regida por la minería que es el principal motor
económico de la región. Tiene, claro, un gran centro comercial (mall le dicen aquí) como ciudad chilena
que se precie. Dicen algunos por aquí que Chile es más capitalista que los
Estados Unidos.
Desde
Antofagasta a San Pedro de Atacama hay más de cinco horas de desierto. Vamos
subiendo desde el nivel del mar a los 2500 m, donde está San Pedro, y en el
camino pasamos por el desierto puro donde llueve cada 70 años... Rectas
infinitas en planicies de tierra. Lo más bonito comienza tras pasar Calama,
bajando la cordillera de Domeyko, donde aparecen los Valles de la Luna y de la
Muerte, con sus vetas de sales y grandes dunas de arena. Y abajo el Salar de
Atacama, San Pedro y los volcanes que lo rodean. De película. Estoy en Atacama
y me invade la emoción, el viaje había sido sorprendente hasta ahora pero esto
lo cambia todo, lo lleva a otro nivel. Atacama es un sitio indescriptible, con
su belleza árida, su grandeza, los colores y la buena onda que hay en San Pedro.
A pesar de ser muy turístico y de haber duplicado la población en los últimos
años aún conserva su encanto. Eso sí, hace mucho calor, es como estar en
Cáceres en agosto pero con un sol aún más implacable. La radiación ultravioleta
en el hemisferio sur es muy alta y a esta altitud más. Estar en la calle sin
gafas de sol no es buena idea y pica la piel expuesta al sol. Lo mejor es
refugiarse en alguno de los restaurantes que ofrecen jugos naturales de fruta.
Es la única manera de recuperarse de la sequedad extrema ambiental. Sin
embargo, San Pedro y el resto de pueblos del Salar son verdaderos oasis porque
están situados en las quebradas que traen el agua del deshielo de la
cordillera. El contraste entre la planicie del altiplano y las quebradas no
puede ser mayor aunque en las calles principales de San Pedro esto no se note.
Voy
aprendiendo cosas sobre los likan antai, el pueblo indígena de Atacama y sobre
sus opciones para conservar parte de sus tradiciones a la vez que aprovechan
las medidas de discriminación positiva del gobierno. También sobre la industria
minera: en Atacama se sacan cantidades ingentes de cobre, y en el Salar se
extraen más de dos tercios del litio mundial y se produce el 60% de los
fertilizantes químicos a nivel mundial, fundamentalmente por la todopoderosa
SQM, que pertenece al yerno de Pinochet (¡!). Nada como viajar para aprender.
Me voy a pensar dos veces lo de usar fertilizante la próxima vez.
Cada
día aquí es asombroso. Paisajes lunares, marcianos, y de repente, vegetación
que salpica de amarillo y verde los ocres, blancos y negros del altiplano, y
vicuñas, llamas, vizcachas y algún suri. Buscamos sitios que nos interesen en
varias direcciones, cruzando el Trópico de Capricornio, subiendo a las Lagunas
Altiplánicas, yendo en dirección a Argentina. Y así descubro que los motores
diesel por encima de 4000 m no funcionan demasiado bien, sobre todo si tienen
que subir de 2500 m a casi 5000 m en 42 km. Los muestreos aquí son más
difíciles, el viento y el frío a 4700 m de altura no son buenos compañeros para
estar trabajando en el campo, pero muestrear al lado de un geiser no es algo
que una haga todos los días. Para qué nos vamos a engañar, esta es la parte que
más disfruto de mi trabajo. Las vicuñas nos miran curiosas mientras intentamos
identificar plantas y evitamos hacer esfuerzos innecesarios. A esta altura
salir corriendo a por algo que se vuela te deja sin aliento.
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