domingo, 6 de octubre de 2013

Haciendo de bióloga en Gorongosa (3 y fin)

De vuelta de Gorongosa

Los últimos días pasan volando, tenemos que acabar los trabajos empezados, organizar las muestras y dejar las colecciones bien preparadas para que queden almacenadas en el Parque hasta la próxima visita. Estamos satisfechos, a pesar de las incertidumbres iniciales nos vamos con datos y con todo preparado para comenzar el grueso del trabajo después de las lluvias. Como si tuviéramos pocas cosas por hacer, el depósito nos avisa de que nuestro 4x4 se queda sin gasóleo y tenemos que hacer un viaje in extremis a Vila Gorongosa para repostar. Lo bueno de este viaje es que nos da la oportunidad de pasar unas horas con Tongai, futuro experto en plantas del Parque y nuevo amigo mozambicano, y de conocer un poco más la realidad de esta parte del mundo.
Disfrutamos de las últimas puestas de sol en Gorongosa. Una que se convierte en una fiesta a la que sólo podemos quedarnos unos minutos y la otra que nos lleva recorrer la orilla del Sungue para despedirnos de pelicanos, avutardas, cigüeñas, mangostas, pivas, oribis y jabalíes. Decimos “até já” al lago Urema, al río Pungue, a los baobabs y a los ñús y cebras que aún no hemos visto en este viaje.
El sueño se acaba y nos quedan casi tres días de viaje para llegar a la comodidad de casa. Pero nada es aburrido en África y así, en el camino hacia Beira, donde tenemos que dormir para coger nuestro primer vuelo, volvemos a pasar por carreteras inacabadas con niños haciéndose pasar por trabajadores y que piden dinero por llenar los agujeros de arena, nos paran tres soldados que nos piden dinero y se nos llena el coche de brazos con bolsas de anacardos a la venta. Los anacardos están riquísimos pero como buenos europeos no somos lo suficientemente rápidos en la compra, y todos los pequeños vendedores intentan colarnos sus bolsas.
Beira es una ciudad extraña. Hay una zona nueva que parece floreciente pero el centro parece parado en el tiempo con edificios en mayor o menor grado de degradación. También con calles y casas en las que aún se puede apreciar lo que fue esta ciudad en esta época y gente sonriente y habladora. En nuestro gran paseo pasamos por lo que fue el Gran Hotel y que ahora es una imagen apocalíptica, refugio seguramente de los que no tienen otro sitio, y que nos hace estremecer. El viento del Índico y los niños jugando y riendo en la playa son el contrapunto de esa imagen. Gente bonita, niños riendo, la brisa del mar y el sonido de las olas. El cónsul portugués nos dijo que Beira no es África sino que es el occidente del oriente refiriéndose a la ruta de las Indias que durante siglos llegó a estas costas. Tal vez tenga razón.



Al día siguiente hacemos una rápida visita al centro de Maputo, entre la llegada de Beira y nuestro vuelo hacia Europa que sale por la noche. Si pienso en las aldeas que dejamos atrás en la provincia de Sofala, Maputo parece de otro planeta. Aunque con basura en las calles, Maputo es una ciudad y eso se nota en los coches, en la ropa, en los cafés y restaurantes. Deambulamos en el mercado de los artesanos y hasta la Baixa para ver los monumentos recomendados. Coincidimos con la hora de salida del trabajo y las carreras para coger un tren en el que parce imposible que quepa más gente. Lo mejor, como casi siempre, son las personas que encontramos. Como Doña Magdalena, que vende cacahuetes mientras descasca anacardos, la castaña del cajú como se le llama aquí y nos conquista con su risa. Se ríe mientras nos cuenta el proceso, ríe con el corazón, con el cuerpo, demostrándonos que la alegría es una cualidad que nace de dentro.


En el aeropuerto encontramos uno de los personajes más rastreros de todo el viaje. Nos quiere sablear por haber dejado las maletas al cuidado de la gente de información. Si voláis allí no os dejéis engañar. No es un buen representante de la mayoría de mozambicanos que hemos conocido.

Finalmente volamos hacia el Norte, por encima del inmenso desierto del Sahara, y vuelvo con la certeza de que el viaje ha sido un éxito. No sólo por los sitios, las aventuras y personas extraordinarias que he conocido y que en muchos casos me han emocionado. No podía haber elegido mejores compañeros para esta aventura. Volvemos seguros de querer seguir trabajando juntos, y sobre todo volvemos siendo más amigos. Qué más se puede pedir...