domingo, 20 de diciembre de 2015

Licancabur



5920 m de volcán que se alzan sobre San Pedro junto a una peligrosa combinación formada por tres personas con poco juicio y muchas ganas de experiencias nuevas  dan como resultado que nos regalemos la subida al Licancabur como colofón al muestreo. El universo se alía con nosotros para que nos toque un guía tan divertido como buen profesional que va a hacer que este proyecto sea un éxito. El Licancabur se sube desde Bolivia porque el lado chileno está sembrado de minas recuerdo de la dictadura de Pinochet. Así que después de tomar un mote con huesillos y hacer los trámites de aduana en San Pedro nos encaminamos hacia la frontera con Bolivia, una casetilla en medio del altiplano donde no hay nadie. Nos vamos a convertir en una expedición fantasma al Licancabur de la que no habrá registro oficial. Suerte que vamos bien acompañados. Pasamos la tarde admirando las lagunas blanca y verde, los flamencos, las gaviotas andinas y el paisaje sobrecogedor, extraterrestre, que nos rodea. Cientos de turistas vienen aquí todas las mañanas. Nosotros estamos solos. Somos unos privilegiados y lo sabemos. El paseo dura poco, toca mate de coca en el refugio y cena temprana porque la salida al Licancabur está programada para las 3 de la mañana. Después de la cena tenemos sesión de cine improvisado con el guarda del refugio, su mujer, la abuelita, las niñas lindísimas y dos soldaditos bolivianos a los que no imagino lidiando con el tráfico irregular que debe haber en esta frontera. Pobres.
Salimos de noche, me descubro emocionada y feliz de madrugar para esto. Un manto sublime de estrellas nos acompaña las primeras horas de la ascensión. Dicen que aquí se ven el triple de estrellas que en el hemisferio norte. No sé si es verdad pero desde luego lo parece. Hace frío y las manos y pies se resienten hasta que por fin nos toca el sol. Es un alivio y hacemos una parada larga. La subida es muy lenta y yo no noto nada especial hasta los 5200 m. A partir de 5500 la historia es otra y el corazón se desboca a pesar de intentar andar lentamente. Además del guía chileno vamos con un boliviano que creo que no entiende la palabra “despacio”, y yo le sigo un rato sin darme cuenta de que estoy haciendo el tonto. Menos mal que en uno de los descansos paro y nos reagrupamos. La subida es bonita, empina a partir de los 5100 m haciéndola más interesante, con rocas y trepadillas hasta llegar a una antecima desde la que, por fin, se ve la cumbre a 100 m. Llegar es, como siempre, emocionante. Y en este caso extraordinariamente hermoso. A un lado las lagunas, volcanes de colores y un salar a lo lejos, al otro lado El Gran Salar de atacama, y en el cráter una laguna y una colección de penitentes como recuerdo de la gran nevada de este año. Pero el sol es demasiado fuerte para poder descansar, hace calor, vamos con muy poca agua, y yo me olvidé la gorra. Errores que me van a costar un gran dolor de cabeza. Por si acaso, me uno al ritual de mascar hojas de coca en la cima aunque no funcionará. Muchos metros más abajo llego a la conclusión de que mi malestar no tiene nada que ver con la altura, lo cual es un alivio, y también de que debía haberme tomado el ibuprofeno que me ofrecían. Aunque así no hubiera podido saber si era la altura o la deshidratación, habría disfrutado del pedregal de bajada y de la compañía. Cuando finalmente nos reunimos abajo la sal, el agua y el paracetamol me devuelven a la vida, aunque casi vomite la sopa.
El Licancabur observa impasible como salimos corriendo de Bolivia.  Celebraremos la cumbre con una comida-cena y cerveza fresquita en San Pedro. Todos estamos cansados pero felices. Tanto que me hubiese ido al Lascar al día siguiente, si no fuera porque tenemos que acabar el trabajo que nos trajo aquí.

Ya a pocos kilómetros del aeropuerto de Santiago, tras un viaje 23 horas en autobús, pienso en lo intensamente que he vivido estas tres semanas. La aventura se acaba, y como siempre, quiero más. El balance del viaje es tremendamente positivo. Mi regalo de navidad incluye una amistad consolidada en el desierto, y la magia de la cordillera de Los Andes. Me atrapó de nuevo. Volveré, esto sólo acaba de empezar.

Atacama, otro nombre mítico

La cordillera de los Andes nos acompaña en el vuelo hacia el norte y cerca de Antofagasta se comienza a ver el desierto. Tierra, más tierra y nada más. Antofagasta es una ciudad grande, caótica, regida por la minería que es el principal motor económico de la región. Tiene, claro, un gran centro comercial (mall le dicen aquí) como ciudad chilena que se precie. Dicen algunos por aquí que Chile es más capitalista que los Estados Unidos.
Desde Antofagasta a San Pedro de Atacama hay más de cinco horas de desierto. Vamos subiendo desde el nivel del mar a los 2500 m, donde está San Pedro, y en el camino pasamos por el desierto puro donde llueve cada 70 años... Rectas infinitas en planicies de tierra. Lo más bonito comienza tras pasar Calama, bajando la cordillera de Domeyko, donde aparecen los Valles de la Luna y de la Muerte, con sus vetas de sales y grandes dunas de arena. Y abajo el Salar de Atacama, San Pedro y los volcanes que lo rodean. De película. Estoy en Atacama y me invade la emoción, el viaje había sido sorprendente hasta ahora pero esto lo cambia todo, lo lleva a otro nivel. Atacama es un sitio indescriptible, con su belleza árida, su grandeza, los colores y la buena onda que hay en San Pedro. A pesar de ser muy turístico y de haber duplicado la población en los últimos años aún conserva su encanto. Eso sí, hace mucho calor, es como estar en Cáceres en agosto pero con un sol aún más implacable. La radiación ultravioleta en el hemisferio sur es muy alta y a esta altitud más. Estar en la calle sin gafas de sol no es buena idea y pica la piel expuesta al sol. Lo mejor es refugiarse en alguno de los restaurantes que ofrecen jugos naturales de fruta. Es la única manera de recuperarse de la sequedad extrema ambiental. Sin embargo, San Pedro y el resto de pueblos del Salar son verdaderos oasis porque están situados en las quebradas que traen el agua del deshielo de la cordillera. El contraste entre la planicie del altiplano y las quebradas no puede ser mayor aunque en las calles principales de San Pedro esto no se note.
Voy aprendiendo cosas sobre los likan antai, el pueblo indígena de Atacama y sobre sus opciones para conservar parte de sus tradiciones a la vez que aprovechan las medidas de discriminación positiva del gobierno. También sobre la industria minera: en Atacama se sacan cantidades ingentes de cobre, y en el Salar se extraen más de dos tercios del litio mundial y se produce el 60% de los fertilizantes químicos a nivel mundial, fundamentalmente por la todopoderosa SQM, que pertenece al yerno de Pinochet (¡!). Nada como viajar para aprender. Me voy a pensar dos veces lo de usar fertilizante la próxima vez.

Cada día aquí es asombroso. Paisajes lunares, marcianos, y de repente, vegetación que salpica de amarillo y verde los ocres, blancos y negros del altiplano, y vicuñas, llamas, vizcachas y algún suri. Buscamos sitios que nos interesen en varias direcciones, cruzando el Trópico de Capricornio, subiendo a las Lagunas Altiplánicas, yendo en dirección a Argentina. Y así descubro que los motores diesel por encima de 4000 m no funcionan demasiado bien, sobre todo si tienen que subir de 2500 m a casi 5000 m en 42 km. Los muestreos aquí son más difíciles, el viento y el frío a 4700 m de altura no son buenos compañeros para estar trabajando en el campo, pero muestrear al lado de un geiser no es algo que una haga todos los días. Para qué nos vamos a engañar, esta es la parte que más disfruto de mi trabajo. Las vicuñas nos miran curiosas mientras intentamos identificar plantas y evitamos hacer esfuerzos innecesarios. A esta altura salir corriendo a por algo que se vuela te deja sin aliento.

Diciembre en Chile

30 de noviembre de 2015. En Santiago de Chile huele a verano, las tardes son largas y el cuerpo, que ya estaba en modo invierno, no entiende muy bien qué pasa pero lo disfruta igual. Nos quedamos en Lastarria, un barrio chic en el centro de Santiago, cerca de la Universidad y con muchos restaurantes. Es mi primer contacto con el sushi chileno, el ceviche, los coyuyos, el pescado y el pisco sour. Esto de venir con alguien que conoce el lugar es una maravilla. Me gusta el centro de Santiago, tiene un cierto aire europeo, excepto por los predicadores nocturnos y los cafés de señoritas.
Al principio me cuesta entender a los chilenos, hablan muy rápido y con expresiones y palabras que no conozco. Nada como unos días muestreando con un grupo chileno en los Andes para aprender. Aquí la magnitud de las montañas es diferente y la vegetación también. Es el inicio de la primavera en alta montaña y, además de bonito, es muy interesante. Acabamos recogiendo muchas más muestras de las planeadas, algo que se convertirá en rutina en este viaje.

Tras los primeros muestreos bajamos a Concepción, y de repente parece que nos hemos trasladado al centro de Portugal. Eucaliptos, pinos, acacias y todas las hierbas europeas rodean a Concepción. Esto sí que es invasión biológica. Durante mi primer asado chileno nos cuentan muchas historias del terremoto que asoló Concepción hace pocos años. Como si la naturaleza quisiera participar en la conversación todo tiembla de repente. Dura poco y nadie le da importancia, aquí no llega a categoría de terremoto aunque haya sido de 5,3. Es lo que tiene vivir en un país encima del Anillo de Fuego del Pacífico. Aquí en las playas hay avisos de que estás en zona de tsunami. Como para bañarse.


El día de descanso nos acercamos a Nahuelbuta, el parque natural donde la estrella es la Araucaria araucana. Después de tanta plantación de pino y eucalipto llegar a esta reliquia de bosque nativo es como entrar en otra dimensión. Las araucarias son enormes, extrañas, prehistóricas, y están acompañadas por dos especies de Nothofagus, las hayas del sur, formando un bosque lleno de líquenes. Es como estar en Parque Jurásico. El paseo que hacemos dentro del parque es hermoso, vemos pájaros carpinteros y cacatúas, y echamos de menos que aparezcan dinosaurios entre la niebla. El viaje ya está en su mitad, y como en todo buen viaje, la llegada a Chile ya se encuentra en un pasado muy  lejano. Mucha información nueva se condensa en estos días: paisajes, gente interesante, plantas y flores sorprendentes, y además trabajando.

A partir de hoy comienza la siguiente etapa que nos lleva al norte. Tomamos el bus nocturno de Concepción a Santiago. Recorremos las calles desiertas de Santiago a las seis de la mañana hasta conseguir desayunar en un local alternativo con Silvio Rodríguez de fondo. Nos da tiempo a trabajar y tener una reunión antes de tomar el avión con destino Antofagasta. No se puede decir que no aprovechamos los días.

domingo, 6 de septiembre de 2015

El fin del mundo, el principio de todo

Ushuaia, la ciudad del fin del mundo, la ciudad más austral a sólo 1000 km de la Antártida. La llegada a la capital de Tierra del Fuego en avión es espectacular. Sobrevolamos los Andes Fueguinos, mil cumbres afiladas nevadas que parece que se pueden tocar desde el avión. De repente entre las montañas aparece el canal de Beagle y Ushuaia en la costa. El descenso es vertiginoso,  zarandeados por el viento, para aterrizar en una pequeña península frente a la ciudad. Impresionante  pero no apto para gente con miedo a volar.
La localización de Ushuaia es espectacular, en un espacio mínimo entre las montañas nevadas y la bahía. Es una ciudad con carácter de puerto. Donde está muy presente el litigio con Gran Bretaña por las Malvinas, que incluye las islas Sándwich del Sur y Georgia del Sur.
Las montañas que nos rodean están cubiertas de nieve, es época de esquiar, pero yo estoy más interesada en otras dos actividades.
Aquí al lado está el Parque Nacional Tierra del Fuego, con sus bosques de lengas, ñires, guindos, multitud de aves, caballos, y castores como especie invasora. Aún hay nieve y hielo en muchos sitios así que la visita al Parque se reduce a un día. Recorremos la bahía Lapataia en una mañana sin viento y con temperatura perfecta. Es un sitio que transmite paz, imposible de captar en una fotografía.
Al día siguiente vamos en un barco pequeño a navegar por el canal de Beagle. El objetivo es ver aves, aquí tampoco llegaron los pingüinos aún pero los cormoranes imperiales dan el pego. También veremos lobos marinos y el faro Eclaireurs, que se hizo famoso como portada del libro de Verne "El faro del fin del mundo". Como colofón desembarcamos en la isla Bridges. Ver todo esto es un privilegio. A pesar del frío. Más aún sabiendo que por aquí navegó Fitz Roy con el Beagle. En el primer viaje descubrieron el canal, en el segundo venía Darwin recogiendo información que sería la base de la teoría de la evolución. Estos viajes cambiaron la percepción occidental del mundo y de la naturaleza. Tristemente también significaron el final de los yámana, el pueblo que vivía originalmente en el canal. Es emocionante estar aquí y ver plantas que seguramente también vieron ellos. La yareta crece tan despacio que algunas de las matas que vemos deben tener más de 200 años.

La última tarde en Ushuaia nos recuerda que aún es invierno. Sopla un vendaval, se nubla y comienza a neviscar. Salimos a comprar unos dulces, o facturas como le dicen aquí, y nos refugiamos en el albergue, calentito y acogedor. A las cinco de la mañana tenemos el autobús que nos llevará a Río Gallegos,  atravesando la frontera con Chile y el Estrecho de Magallanes. El tiempo oficial de viaje son 12 horas pero nadie parece confiar en que sea así, depende de los trámites de frontera y de las condiciones del Estrecho. Será largo pero interesante. No todos los días se tiene la oportunidad de cruzar la isla de Tierra de Fuego. Esperemos que el viaje sea más tranquilo que la bajada en bus del Kali Gandaki.

lunes, 31 de agosto de 2015

Lugares mágicos

Un viaje en autobús de tres horas separa Río Gallegos de El Calafate. Un viaje siguiendo la ruta 40 en la estepa patagónica salpicada por ovejas y guanacos. El Calafate es una ciudad que resplandece en la orilla del Lago Argentino crecida al reclamo turístico del Parque Nacional de los Glaciares. Es como Benasque, como Chamonix, una ciudad pequeña, cuidada, con encanto que ofrece multitud de atracciones en un lugar único. La boutique del libro es una librería de esas para quedarse a vivir dentro. Buena música, buena onda y muchos libros. Calafate es también el punto de partida para visitar el glaciar Perito Moreno. Lo visitamos un día plomizo y frío, que recuerda que aún estamos en invierno, y nieva ligeramente cuando entramos en el Parque Nacional. No importa, la belleza de la península de Magallanes no depende de que salga el sol. Aquí empieza el bosque con los guindos, algún calafate y las lengas desnudas. De regalo en la carretera vemos los caranchos, que parecen águilas con sombrero. En una curva aparece el Perito Moreno, inmenso, que provoca un "ooooooh" general en el autobús. Tenemos casi seis horas aquí y pienso que nos aburriremos, pero pronto descubro que estoy equivocada. Las pasarelas ofrecen diversas panorámicas del glaciar, a cada cual más impresionante. No puedo dejar de mirarlo. No es sólo que sea descomunal sino que es azul, de una belleza inesperada. El hielo es de mil tonos azulados y cambia con la luz como cambia el color del mar. Hipnotiza. Y cruje. Dos torres de hielo enorme se desgajan del frente del glaciar cayendo al lago con un gran estruendo. La pasarela tiembla. Ajenos a todo esto una pareja de cóndores planea por encima de nosotros. Es grandioso y emocionante.
De nuevo en el bus, camino a El Chaltén, paramos en La Leona, estancia de larga historia donde estuvieron escondidos Butch Cassidy y Sundance Kid. Aquí un perrazo y un carnero, que debe pensar que es perro, juegan y reciben con alegría a los visitantes. Es el momento de probar la torta frita, hecha con grasa me dicen. Así no parece muy apetitoso pero es lo que come el conductor y siguiendo el consejo sagrado de donde fueres haz lo que vieres me animo para descubrir que está muy rica y que mejor no hacer ningún test de colesterol en los próximos meses.
El Chaltén es una pequeña ciudad encajada entre montañas nevadas y niebla. Cuando bajamos del autobús nos recibe el viento patagónico, hace un frío atroz, y como estamos fuera de temporada casi todos los albergues y hoteles están cerrados. A pesar del frío y del hambre que tengo El Chaltén me enamora desde el primer momento. La tarde se mantiene gris y cerrada, aunque en la oficina del Parque Nacional nos dicen que está previsto que mejore. Espero que sea así porque aquí cerca, escondidos en algún lugar entre la niebla, están el Fitz Roy y el Cerro Torre, montañas de gran belleza y lugares míticos para escaladores y montañeros. El día siguiente amanece despejado y salimos entusiasmados a los senderos. En una hora vemos el imponente Fitz Roy, acompañado por la aguja Poincenot, que nos reciben con temperaturas bajo cero y un viento gélido. Después de haber tenido la imagen de este monte de fondo de escritorio en el ordenador durante meses casi no puedo creer que estoy aquí. Menos mal que hace tanto frío que esto no puede ser un sueño. Es poderoso, rodeado de agujas que resaltan aún más su belleza. En la laguna Capri decidimos volver sobre nuestros pasos para dirigirnos hacia el sendero del Cerro Torre. El sol sigue brillando en un cielo azul límpido. Unos kilómetros después aparecen todas las cumbres, el Cerro Sólo, el cordón Adela, el Cerro Torre, el Fitz Roy... Decidimos parar en un sitio al sol protegido del viento ya en el valle del río que baja del glaciar al lado del Torre. El lugar es perfecto para admirar las paredes lisas del Cerro Torre y acompañantes. El sendero hasta la Laguna Torre es espectacular. Con el Torre de fondo, atravesando bosques sombríos y otros amables, y caminando por las morrena para alcanzar la laguna helada. El lugar es de una belleza que quita el aliento. Al otro lado de la laguna el glaciar y el Cerro Torre con sus más de tres mil metros y paredes verticales. Me da un escalofrío cuando pienso en que hay gente que lo sube...no volveré a decir que hago escalada.
Empiezan a entrar nubes desde el Campo de Hielo Patagónico cuando comenzamos la vuelta. Nubes de viento, que dibujan discos y montañas en el cielo.
Hay tantos senderos que se podrían recorrer y el lugar es tan mágico que estamos tentados de alargar la jornada. Al final el sentido común, o la pereza, pueden más y volvemos al pueblo para descubrir que se ven los montes desde aquí abajo! Cuando llegamos al Chaltén dos días atrás ni se intuían. Ahora se ven desde la estación de autobuses y la señal de entrada al pueblo. Qué lugar increíble, El Chaltén me ha conquistado sin ninguna duda. El último atardecer nos despide con viento, vuelve el frío y las nubes empiezan a tapar las montañas que se esconden otra vez como si les diera vergüenza ser tan hermosas.

martes, 25 de agosto de 2015

Patagonia, el invierno austral

La aventura que se ha montado Javier recorriendo la ruta 40 argentina hacia el sur me sirve de excusa para viajar a uno de mis destinos soñados. Patagonia era otro de aquellos lugares que parece que nunca van a pasar de la lista de los deseos a la de preparativos. Y de repente, aquí estoy, en el invierno austral y en una ciudad lejos de los sitios emblemáticos a los que quiero ir...pequeños detalles porque lo importante es que estoy en Patagonia!! No tiene sentido esperar que todas las condiciones sean ideales para hacer algo. Al final, si lo piensas mucho siempre hay algo que no encaja y sirve de excusa para quedarte en la comodidad de lo conocido. Cuesta alejarse, aunque sea por poco tiempo, de los seres queridos.
Río Gallegos es la capital de Santa Cruz, en el extremo sur del continente americano. No es muy grande aunque las calles centrales son muy animadas. Se nota que es el principal centro urbano en muchos kilómetros. Visito la catedral, que es una iglesia pequeña de madera y chapa construida con la fundación de la ciudad en 1885. Visito también el estuario y su centro de interpretación ambiental. La zona intermareal y las marismas ocupan una gran extensión y dan cobijo a multitud de aves, incluyendo el macá, endémico y amenazado. En un frío paseo veo además de gaviotas, el pato crestón y varias parejas del bonito cauquén. Uno de los principales problemas de conservación de la zona es la contaminación. Los abundantes restos de plásticos y diversos envases en la marisma son buena prueba. Más tarde descubro que Río Gallegos ha pasado por una huelga de basuras de meses que acabo hace tres días y aún se está recuperando.

Descubro que la calefacción funciona con estufas de gas, a veces hasta con fogones que no cocinan pero se encienden para calentar la sala. Y también que las medidas de seguridad sobre ventilación y estufas de gas no han llegado a este lugar.

El segundo día alquilo un 4x4 para ir a Cabo Vírgenes. Casi tres horas para recorrer 134 km en un camino de ripio, o sea, sin asfaltar y, tras el invierno y toda la noche lloviendo, lleno de baches, charcos y barro. ¡Nada mejor para empezar a conocer Patagonia!
En el camino además de las ovejas merinas, que hay millares, veo zorros, liebres, guanacos, ñandúes, rapaces y parejas de cauquén. Todo bajo la luz plana de esta latitud filtrada entre la niebla. Es como había imaginado y siento un escalofrío de emoción.

En el camino yacimientos de petróleo y estancias gigantescas que crían merinas y reciben dinero de las petroleras que explotan el subsuelo. Finalmente llego a Cabo Vírgenes y la niebla apenas deja intuir el famoso faro que lleva 111 años guiando a los barcos que pasan por el Estrecho de Magallanes. Un cabo de la armada argentina que está de servicio en el faro me cuenta muchas historias del lugar y hace de guía para llegar a Punta Dungeness, justo en la entrada del Estrecho. Aquí hay otro faro, chileno, separado de Argentina por una alambrada. El sol finalmente aparece iluminando la arena negra y el encuentro de las aguas del Atlántico y del Pacífico. El faro de Cabo Vírgenes se despide saliendo imponente de la niebla. Comienzo el regreso a Río Gallegos con la luz del atardecer reflejada en los charcos que bordean el camino. El agua se tiñe de naranjas, violetas y azules, en un espectáculo mágico que culmina con una gran estrella fugaz que cae delante de mí. Hay veces que simplemente estás en el lugar que debes estar.

domingo, 1 de marzo de 2015

Huskis y ruskis: expedición Ivan Susanin.



Cinco días, once trineos, sesenta y seis huskis y 170 kilómetros. Unas 30 horas sobre el trineo, nieve, hielo, taiga, muchas agujetas y varios moratones. Días intensos, de muchas emociones, de paisajes y gentes diferentes.


Lo primero fue acostumbrarnos a la organización desorganizada de los rusos. Al menos de los rusos de esta expedición. Caos general y falta de información han sido parte de la rutina diaria. Pero también lo han sido la hospitalidad y generosidad genuinas de organizadores y colaboradores de la expedición. Un contraste que nos tiene despistados hasta el final.
Lo que ha faltado ha sido el supuesto entrenamiento que íbamos a tener antes de empezar la travesía. Al final hemos aprendido por prueba y error, o sea, por caída, vuelo y resbalón. Ha sido duro, el primer día mucho más de lo que pensaba. Creo que también ha influido el que en vez de llevar seis huskis mi trineo tenía cuatro huskis y dos osos. Los dos perros de atrás eran enormes y muy fuertes. Yo miraba con envidia a los trineos de mis compañeros, los perros les obedecían y cuando paraban se sentaban tranquilamente. Los míos iban por libre y cuando parábamos aullaban e intentaban arrancar el ancla que los sujetaba. Por si no fuera suficiente, el tercer día de travesía una de las perras del tiro entró en celo, así que llevaba locos a los dos perros que iban más cerca de ella. Tanto que en una de las paradas tuve que esperar a que se desengancharan mientras el resto de trineos continuaba la marcha. El último día, después de una caída aparatosa, por fin, me cambiaron de trineo. Seis huskis rojos, de tamaño normal y que me permitieron relajarme para disfrutar a fondo de las últimas horas de la travesia. Y que me demostraron que si había conseguido conducir el otro tiro podía con cualquiera.
Por segunda vez se nos hace de noche en el camino. Soy parte de una fila de frontales que surcan laderas nevadas y cruzan bosques de pinos y abedules. Poco a poco las piernas y los sentidos se acostumbran a la penumbra y disfrutan de las nuevas sensaciones.

Hemos hecho una ruta que une Kostroma, Barskoe, Medvedki y Domnino siguiendo carreteras, campas de nieve dura y caminos abiertos por la moto de nieve en la nieve blanda. Hay momentos de adrenalina en las bajadas con curvas y en los caminos estrechos entre árboles, y momentos de paz cuando no hay más trineos delante y los perros corren felices sin depender del ritmo de otros. Es una experiencia increíble. Todas las noches al llegar me sorprende lo cansada que estoy. Y la jornada no acaba ahí. Tenemos que atar a los perros en los sitios donde pasamos la noche, darles de beber agua con leche y, un poco más tarde, de comer, siempre pollo. Hay días que para hacer todo esto me hundo en la nieve profunda que los rodea y ellos parece que me miran divertidos. Cuando me acerco me pegan lametones con sus lenguas larguísimas como dándome las gracias por el esfuerzo.

Ha sido un viaje muy especial, por las sensaciones compartidas con los huskis y por el significado que tiene la travesía rememorando un hecho decisivo para la historia moderna de Rusia. A pesar de ello esta región se conoce poco y, como en muchos otros sitios, los jóvenes se van a la ciudad abandonando tierras y tradiciones. La travesía nos acerca a esas tradiciones y a la vida rural a través de los sitios donde hemos dormido. En una cabaña de troncos enormes en Barskoe, donde nos esperaba Irina para darnos la bienvenida con pan y sal negra. En el salón de actos de un pueblo dedicado a la cria de caballos y que antes de la revolución rusa era propiedad de algún noble. Y en la casa de Tatiana y Shasha en Domnino que tenían preparada una cena con todos los platos típicos de la región y la sauna para relajarnos después.  Me voy de nuevo con los ojos llenos de cosas bonitas, y esta vez con algunos moratones, el sonido de los trineos en la nieve dura y los aullidos y lametones de los huskis. 




domingo, 22 de febrero de 2015

Lost in translation

Los últimos días han sido una locura. Si Almodóvar nos viera seguro que hacía una versión de Lost in translation basada en nosotros. La organizadora de todo esto habla ruso pero no inglés, dos de los rusos que vienen en la travesía sí hablan inglés pero dos de los españoles no... Así que cada vez que hay algo que tiene que ser discutido entre todos necesitamos tres idiomas y mucho tiempo. Con el paso de los días la traducción va cambiando, de forma que ahora lo que en ruso se dice en cinco minutos se resume en español en una frase de cinco segundos. Esto agiliza las cosas pero igual no hace mucho por la comunicación. Ya va siendo hora de que se invente un chip para aprender idiomas en una noche...todo sería mucho más fácil. Mis habilidades en ruso no pasan de tres frases y media y cinco o seis palabras para comunicarme con los huskis. De todas formas es gracioso ver como intentamos comunicarnos sin idiomas comunes, hace mucho por la imaginación, y provoca algunos ataques de risa, ya no sólo por la lengua sino porque hay conceptos y comportamientos muy diferentes. La traducción simultánea de los guías o de las presentaciones oficiales también nos ha traído momentos muy divertidos y bastante surrealistas. Me pregunto si al final de la travesía hablarán más español los rusos que nos acompañan o seremos nosotros los que hablemos algo de ruso...se admiten apuestas.



Llevamos unos días en Kostroma, una ciudad de casi 300.000 habitantes a la orilla del río Volga, a unos 500 km de Moscú. Hemos estado practicando con los trineos y los perros y aprendido bastante sobre los huskis y la cultura y vida local. Este fin de semana se ha celebrado el día del Perdón y la llegada de la primavera, lo que para nosotros es bastante raro rodeados de nieve y con la ropa térmica puesta. Es una celebración pagana, con hoguera incluida y la tradición marca que comamos crepes (blini) con carne picada de alce, riquísimos como todo lo que hemos comido hasta ahora. Además ayer se presentó nuestra travesía de forma oficial con la snegúroshka que es la nieta del Papa Noel ruso, Ded Moroz, y una figura importante en el folclore ruso. La expectación que rodea a todo esto me hace preguntarme si no será mucho más serio de lo que pensaba...bueno, demasiado tarde para darle vueltas...


Kostroma es conocida en Rusia por sus muchas iglesias, por un icono famoso de la virgen y el niño, y por el monasterio de Ipatiev donde en 1613 fue proclamado por el pueblo el primer zar de la dinastía Romanov. La historia de cómo ocurrió está ligada a la travesía que comenzamos mañana. En esa época los polacos acababan de ser expulsados de Moscú pero aún había grupos armados que querían conquistar Rusia. Y para lograrlo un paso importante era capturar a Mijail, un niño de seis años que era el único candidato a zar, ya que su padre estaba encarcelado en Polonia. Mijail estaba escondido junto con su madre en un monasterio de la región de Kostroma y escapó de la muerte a manos de los polacos gracias a que Ivan Susanin, un leñador de la zona, los engañó y guió hacia un pantano donde murieron todos, incluido el héroe. Cuando Mijail fue proclamado zar, en agradecimiento, dio a la familia del héroe unas tierras que ahora  son el pueblo de Susanin y los liberó de pagar impuestos. 
La travesía que empezamos mañana con los trineos es la que supuestamente siguieron Mijail y su madre desde el monasterio donde estaba escondido hasta el de Ipatiev. Nosotros lo hacemos en sentido inverso. Es la primera vez que se hace y aunque aún es febrero las temperaturas no son tan frías como deberían y el Volga se ha empezado a descongelar. Nos esperan seis días de trineos, bosques de abedules y abetos, algunos renos y alces salvajes, pueblos abandonados y monasterios ortodoxos. Y también algo de frío y conseguir que los huskis nos obedezcan. Ellos seguramente ya habrán empezado a aullar para que los saquen a correr. 




jueves, 19 de febrero de 2015

En las estepas rusas

Invierno de 2015. Una carrera de 200 km con trineos de huskis en Rusia suena bien, bueno, suena muy bien, hay que reconocerlo. La única vez que he montado en un trineo de perros, en Laponia, fue increíble, una de las cosas que más he disfrutado. Así que digo que sí sin pensarlo, sólo unos días después, con el billete ya comprado me doy cuenta del frío que podré pasar. Una cosa es un paseo de un par de horas y otra una semana en un trineo...No importa, sé que no me lo quiero perder.

Volamos a San Petersburgo que nos recibe con un sol radiante y 9 grados bajo cero. Dimitri, Dima, el amigo de Javier, nos espera en el aeropuerto. Es una suerte porque lo de entenderse en ruso se nos da mal, y pocos rusos hablan inglés. Lo de leer señales en cirílico tampoco es fácil, aunque intentarlo es muy divertido. 



Y aquí estamos, en la que dicen que puede ser la ciudad más bonita del mundo, una Venecia a escala 1,3 como diría Piter. Es, desde luego, impresionante con los palacios a orillas del Neva y las cúpulas de las catedrales sobresaliendo en el paisaje plano. Los locales se bañan en un agujero excavado en el río helado, dicen que eso lo cura todo. Nosotros los miramos admirados. Otros prefieren tomar el sol junto al muro de la fortaleza de San Pedro y Pablo, donde se fundó la ciudad. Eso sí en bañador. Hay que aprovechar los pocos días de sol que hay en invierno.
Disfrutamos de la ciudad, de las catedrales ortodoxas, del Hermitage y también de la sopa de remolacha, los dulces de arándanos y los donuts rusos que parecen rosquillas de buñuelos. Por alguna razón que no entiendo el museo zoológico está cerrado estos días, así que nos quedamos sin ver los mamuts. Qué pena!
Dos días después cogemos el tren nocturno a Kostroma. 15 horas para recorrer 797 km en literas en un vagón corrido. Un tren muy cómodo, con un termo de agua caliente que no se acaba nunca a disposición de los viajeros. La gente viene con las pantuflas o las chanclas. Dentro del tren hay 27 grados, o sea, una diferencia con el exterior de como mínimo 30 grados. No quiero ni pensar en el frío que va hacer cuando lleguemos a Kostroma en 20 minutos.