domingo, 20 de diciembre de 2015

Atacama, otro nombre mítico

La cordillera de los Andes nos acompaña en el vuelo hacia el norte y cerca de Antofagasta se comienza a ver el desierto. Tierra, más tierra y nada más. Antofagasta es una ciudad grande, caótica, regida por la minería que es el principal motor económico de la región. Tiene, claro, un gran centro comercial (mall le dicen aquí) como ciudad chilena que se precie. Dicen algunos por aquí que Chile es más capitalista que los Estados Unidos.
Desde Antofagasta a San Pedro de Atacama hay más de cinco horas de desierto. Vamos subiendo desde el nivel del mar a los 2500 m, donde está San Pedro, y en el camino pasamos por el desierto puro donde llueve cada 70 años... Rectas infinitas en planicies de tierra. Lo más bonito comienza tras pasar Calama, bajando la cordillera de Domeyko, donde aparecen los Valles de la Luna y de la Muerte, con sus vetas de sales y grandes dunas de arena. Y abajo el Salar de Atacama, San Pedro y los volcanes que lo rodean. De película. Estoy en Atacama y me invade la emoción, el viaje había sido sorprendente hasta ahora pero esto lo cambia todo, lo lleva a otro nivel. Atacama es un sitio indescriptible, con su belleza árida, su grandeza, los colores y la buena onda que hay en San Pedro. A pesar de ser muy turístico y de haber duplicado la población en los últimos años aún conserva su encanto. Eso sí, hace mucho calor, es como estar en Cáceres en agosto pero con un sol aún más implacable. La radiación ultravioleta en el hemisferio sur es muy alta y a esta altitud más. Estar en la calle sin gafas de sol no es buena idea y pica la piel expuesta al sol. Lo mejor es refugiarse en alguno de los restaurantes que ofrecen jugos naturales de fruta. Es la única manera de recuperarse de la sequedad extrema ambiental. Sin embargo, San Pedro y el resto de pueblos del Salar son verdaderos oasis porque están situados en las quebradas que traen el agua del deshielo de la cordillera. El contraste entre la planicie del altiplano y las quebradas no puede ser mayor aunque en las calles principales de San Pedro esto no se note.
Voy aprendiendo cosas sobre los likan antai, el pueblo indígena de Atacama y sobre sus opciones para conservar parte de sus tradiciones a la vez que aprovechan las medidas de discriminación positiva del gobierno. También sobre la industria minera: en Atacama se sacan cantidades ingentes de cobre, y en el Salar se extraen más de dos tercios del litio mundial y se produce el 60% de los fertilizantes químicos a nivel mundial, fundamentalmente por la todopoderosa SQM, que pertenece al yerno de Pinochet (¡!). Nada como viajar para aprender. Me voy a pensar dos veces lo de usar fertilizante la próxima vez.

Cada día aquí es asombroso. Paisajes lunares, marcianos, y de repente, vegetación que salpica de amarillo y verde los ocres, blancos y negros del altiplano, y vicuñas, llamas, vizcachas y algún suri. Buscamos sitios que nos interesen en varias direcciones, cruzando el Trópico de Capricornio, subiendo a las Lagunas Altiplánicas, yendo en dirección a Argentina. Y así descubro que los motores diesel por encima de 4000 m no funcionan demasiado bien, sobre todo si tienen que subir de 2500 m a casi 5000 m en 42 km. Los muestreos aquí son más difíciles, el viento y el frío a 4700 m de altura no son buenos compañeros para estar trabajando en el campo, pero muestrear al lado de un geiser no es algo que una haga todos los días. Para qué nos vamos a engañar, esta es la parte que más disfruto de mi trabajo. Las vicuñas nos miran curiosas mientras intentamos identificar plantas y evitamos hacer esfuerzos innecesarios. A esta altura salir corriendo a por algo que se vuela te deja sin aliento.

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