lunes, 11 de agosto de 2014

Roadtrip hacia Oriente: fronteras


Cinco días de viaje marcan la mitad de la ruta al Ararat. Llevamos más de 50 horas  en el coche, haciendo kilómetros por autopistas, carreteras nacionales y otras que más parecen pistas que carreteras de verdad. La lista de países por la que pasamos aumenta: Francia, Suiza, Italia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Hercegovina, Montenegro y Albania. También aumenta el número de fronteras en las que hemos tenido que hacer cola, casi siempre larga, para mostrar el pasaporte. Estamos tan acostumbrados a la Unión Europea y a viajar en avión que esto de enseñar el pasaporte tanto se hace raro. Al otro lado de esas rayas imaginarias impuestas por el hombre casi siempre el mismo paisaje, pequeñas variaciones en la arquitectura que aumentan con la distancia y una lengua diferente en las indicaciones de la carretera nos demuestran que hemos cambiado de país. En los primeros dos días nos movíamos por territorio conocido. Lo poco que veo de Francia, Suiza e Italia se corresponde con lo esperado. Eso no impide que me emocione con los carteles anunciando Chamonix, el lago di Garda, Venecia, Trieste... Tantos sitios en los que pararía y que debemos dejar atrás para cumplir nuestro calendario. No contábamos con los atascos de agosto que en las autopistas italianas son apoteósicos. Toda Europa central parece haber decidido irse a la playa el 9 de agosto.

Como viajamos hacia el Este nuestro amanecer cada día es más temprano y anochece antes. No hemos cambiado de huso horario pero hoy amaneció a las cinco y media. No importa. Los horarios ya no son los normales, los de la rutina de casa, ahora mis días están marcados por las horas de luz y la distancia al siguiente punto.
La carretera no da tregua y todos los días nos sorprende. Comenzamos con el paisaje alpino con sus casas de cuentos para niños y el paso de San Bernardo que nos conduce al Valle de Aosta, italiano pero con los nombres de los pueblos en francés. Después la bella Italia, que merece un viaje exclusivo. Lo poco que vimos de Eslovenia, rural y precioso. Croacia con su costa famosa, extraordinaria, donde no hay playas. Bosnia y sobre todo Montenegro se han quedado las playas grandes, el turismo masificado, dejando a Croacia con un aspecto de costa salvaje. Hasta en la autopista hay señales que avisan sobre osos y lobos. Croacia vive un boom turístico y no es para menos. El recorrido de su costa acaba en Dubrovnik, ciudad fortaleza bañada por el Adriático, impresionante, con sus murallas, torres, puente levadizo, y calles estrechas empinadas. Me recuerda a Rodas, a Lisboa y a Oporto, y a pesar de estar tomada por el turismo mantiene su belleza y su carácter. Me despido de Dubrovnik con un baño tempranero en las aguas cristalinas del Adriático. Después muchas horas para atravesar Montenegro y Albania. Es ahora cuando todo empieza a sorprenderme. Quizá porque no buscamos nada de información antes de salir. Quizá porque son nombres marcados por las noticas del telediario. La costa de Montenegro es parecida a la Costa del Sol, turismo veraniego masificado, con algunos acantilados y ciudades amuralladas históricas que aparecen de repente pegadas al mar. Atravesamos una gran ensenada que se adentra en Montenegro en ferry, y dejamos atrás las señales que indican ciudades viejas, los grad, que prometen ser espectaculares. Atravesar la frontera de Montenegro con Albania nos lleva más de una hora. Esta frontera sí marca diferencias. Al otro lado comienzan los minaretes y se nota que es más pobre. El camino hasta Tirana es bastante malo y el tráfico en la capital un infierno. La carretera por la que llegamos a Tirana podría ser de Mozambique. Pocas veces he pasado tanto miedo en un coche. Todo cambia al pasar Tirana y dirigirnos al sur. El paisaje desde Elbasan es mucho más bonito. La carretera nos lleva hasta el lago Ohrid, inmenso, tranquilo. Esta noche toca cerveza albanesa a la orilla de este lago viendo subir la luna llena amarilla por encima de las montañas de Macedonia. Llevo los ojos llenos de cosas bonitas. 






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